Teatro Salvador Novo

El taller estable compuesto por medio centenar de actores, en edades de la adolescencia a la madurez, se mantiene unido y en crecimiento, en el fuego cruzado entre las fuerzas federales y los narcotraficantes. Al asistir el pasado 30 de septiembre a la develación de placa de las 50 representaciones de la primera obra de este grupo, El viaje de los cantores, de Hugo Salcedo, en versión escénica de Moscoso, pude atestiguar la fuerza del teatro para tejer relaciones humanas cálidas y respetuosas, complicidades colectivas en busca de saber y de belleza. El teatro puede ser una poderosa manera de transformar el dolor, el miedo, la soledad y el caos social, en dignidad compartida, voluntad de cambio, de vida.

Al terminar la función en el Teatro Salvador Novo, al que Moscoso y los integrantes del taller rescataron del abandono con apoyo de Rubén Moreira, de boca de uno y otro de los participantes fui conociendo que en los tiempos de ensayos fueron frecuentes las balaceras alrededor. Hubo momentos en que tenían que caer pecho tierra para protegerse de balas perdidas que penetraron las ventanas del teatro. Las fuerzas federales tomaron el techo del Salvador Novo como puesto de ataque contra los grupos de Chapos y Zetas, que disparaban sus armas desde la estación de tren a un lado, por la que pasan vagones cargados, entre otras "mercancías", de indocumentados centroamericanos. Al preguntarles qué significaba ese taller para ellos, sus integrantes que han logrado en escena una de las más poderosas energías de grupo que he encontrado, coincidieron en afirmar que les había enseñado que era posible la convivencia respetuosa, pertenecer a una comunidad cálida y solidaria, ver su realidad de manera más clara y comprensible, sentirse dignos y útiles, aprender de un maestro, Xerardo Moscoso, en quien encuentran un ejemplo de rebeldía, de integridad, de disciplina y quien les ha dado, en estos momentos oscuros, un sentido, una esperanza. "Aquí he aprendido a pensar", me dijo más de una voz.

En el contexto de zozobra en que vivimos, el trabajo que desempeña Moscoso -quien ha tenido una vida digna de contarse-, me parece de la mayor pertinencia. Nacido en México de emigrantes gallegos, crece en Torreón. Al sufrir su padre un accidente de automóvil, emigra a

La Universidad de Santiago de Compostela. Obtiene la especialidad en ginecoobstetricia en Pontevedra, donde forma su primer grupo de teatro con mineros, campesinos y estudiantes. Destaca como cantautor en gallego y participa el 26 de abril de 1968, junto a Guillermo Rojo y Vicente Araguas, en un recital que desemboca en el movimiento Voces Ceibes. Por su desafío al franquismo Moscoso tuvo que salir huyendo a Suiza. En 1977, complicaciones burocráticas con su nacionalidad lo obligan a regresar a México, donde entra como extra al cine. Gracias a una casualidad, Cantinflas interviene para que le permitan trabajar como médico durante los rodajes.

La Gaviota, en homenaje a Chéjov y adopta como su logotipo un dibujo original de la mano de Alberti, que el poeta regala a Moscoso cuando se encuentran en Italia durante una gira artística organizada por el Partido Comunista Italiano, para recabar fondos en beneficio de las viudas de los obreros asesinados en Ferrol. En 2007

En esta guerra en la que el signo es la desintegración social, la pérdida de sentido, la injusticia, el caos, la confusión, ¿qué mejor arma puede haber que una política cultural de Estado comprometida con transformar nuestro devastado universo imaginario?