Grupo 24 horas de Alcohólicos Anónimos
Programa de tratamiento del alcoholismo
Información
| aa24horas.com |
| +52 235 323 0143 |
| Hidalgo 137, Centro, 91350 Misantla, Ver., México |
Ubicación
Descripción
¿ES A.A. PARA TI? Solamente tú puedes adoptar la decisión de probar en Alcohólicos, si consideras que tienes problemas con la bebida. A.A. está formado por un conjunto de hombres y mujeres que en algún momento de nuestras vidas nos enfrentamos a una disyuntiva similar: la responsabilidad personal de reconocer que nos habíamos convertido en bebedores problema. Nos acercamos a A.A. en busca de ayuda, y entonces nos enteramos de que sufríamos una enfermedad. ¡ Por eso no podíamos controlar nuestra forma de beber!. También supimos que no éramos los únicos, que había mucha gente que, al igual que nosotros,…
LA ENFERMEDAD DEL ALCOHOLISMO Alcohólicos Anónimos no define el alcoholismo de una manera formal, se podía describir como una compulsión física unida a una obsesión mental. El alcoholismo es una enfermedad que es progresiva y nunca se puede curar, pero al igual que muchas otras enfermedades, se puede detener. O.M.S. La Organización Mundial de la Salud tiene catalogada la Enfermedad del Alcoholismo en el epígrafe 303 ENFERMEDADES NO TRANSMISIBLES. Ha sustituido él termino ALCOHOLISMO por el de SÍNDROME DE DEPENDENCIA DEL ALCOHOL. “El alcoholismo es una enfermedad progresiva, incurable y mortal”. PUBLICACIONES MÉDICAS Prestigiosas publicaciones médicas como “HARRISON. Principios de…
Soy el príncipe de todas las alegrías, el compañero de todos los goces mundanos, el mensajero de la muerte, el que gobierna el mundo. Yo estoy presente en todas las ceremonias. Ninguna reunión tiene lugar sin mi presencia. Yo hago adulterios, yo hago nacer en los corazones todos los pensamientos negros y criminales.
El alcoholismo en México, mis valedores. Inicio, con el presente, una serie de mensajes que ojalá todos ustedes, en vez de desecharlos tras de leídos, quieran conservarlos y a modo de medida preventiva los den a conocer a sus familiares, amigos, en fin. Porque este del alcoholismo en nuestro país es todo un problemón que causa lo mismo cirrosis que accidentes de tránsito, y aquí desavenencias familiares y allá hechos de sangre, de prisión, de muerte. Esto, claro, ya ustedes lo saben, y que el azote del alcoholismo se agrava con el calendario de festejos del mexicano, que es cuando se registra “un consumo inmoderado de alcohol”, sobre todo en los jóvenes. Esas graves consecuencias del alcoholismo de sobra las conocemos: en el país existen millones y millones de enfermos adictos, y cada año se suman otros millones, muchos de ellos desde la adolescencia.
El bebedor provoca maltrato, accidentes de tránsito y enfermedades que ya bebedores y abstemios conocen bien, comenzando con la cirrosis. Que la enfermedad del alcoholismo lleva a perder más de cientos de miles de horas-hombre de trabajo quincenalmente, y un ausentismo laboral de hasta el 20 por ciento. Además… el cuento de nunca acabar, cuento macabro.
Yo soy el alcohol. A los jóvenes y adultos los hago muy inmorales, y me complace observar sus fechorías. Soy padre de la corrupción y de la desgracia. Yo enveneno la raza, yo mancho los hogares, yo traigo el envilecimiento y la depravación, el crimen, la locura, el suicidio. ¿Me conoces…?
“El alcoholismo es una enfermedad. Alcohólico es todo aquél que se crea problemas cuando entra en contacto con el alcohol. Un alcohólico, para serlo, no precisa de beber diariamente, ni haber sufrido accidentes de tránsito, ni haber perdido el empleo, ni haber estado en la cárcel, ni destruido su hogar, ni, a causa de una amnesia alcohólica, haber cometido un acto delictivo, ni haber sufrido delirium tremens ni haberse muerto por una cirrosis o una intoxicación alcohólica. El alcohólico no es un vicioso, no es un degenerado. Es un enfermo”.
Y su enfermedad es incurable, progresiva y mortal, con las etapas sucesivas del enfermo: Pre-alcohólica (el futuro enfermo alcohólico comienza a beber) – Prodrómica (la del malestar que se produce antes de una enfermedad) – Crítica (ya en desarrollo, la enfermedad produce sus síntomas), y Crónica (que marca el desarrollo final y más grave de la enfermedad).
Repito: con ánimo de que ustedes conserven estos mensajes, y porque honestamente se midan con ellos y por ellos evalúen su relación con el licor o al paciente que tienen en la familia, ahora especifico punto por punto, etapa por etapa, las fases diversas de la enfermedad del alcoholismo en toda su gravedad. Aquí el medio centenar de esos lóbregos mundos en los que se va derrumbando el alcohólico. Tomar nota los interesados, que deberíamos serlo todos, abstemios para precavernos y enfermos para acudir de inmediato al auxilio médico.
Javier T. es miembro de Alcohólicos Anónimos Ourense y conoce los problemas del exceso de consumo de bebidas de alta graduación de primera mano. Lo primero que quiere dejar claro es que “el alcoholismo es una enfermedad” y explica que “en mi caso, cuando bebía, no era botellón pero eran reuniones en casa y como yo un montón de gente más lo hacía, personas que no son alcohólicas a día de hoy; lo que pasó es que la gente que no tiene esta enfermedad, con el paso de los años va sentando la cabeza y lo pueden controlar”. Por el contrario, añade, “en mi caso, con el paso de los años lo que me ocurrió es que fui perdiendo el control, no es que bebiera todos los días, pero cuando lo hacía me descontrolaba y ya no podía parar de beber, no me ponía límite”.
Javier indica que el peligro del alcoholismo siempre ha existido: “Yo tengo 47 años y en mi época no había botellón, pero yo me iba con mis amigos a tomar copas a casas particulares, era un minibotellón; y nuestros padres hacían otro tanto en los guateques, y nuestros abuelos recorrían los bares”.
Añade que “empecé a beber de una forma normal y 20 años después me he dado cuenta de que tengo una enfermedad que se llama alcoholismo y está reconocida por la OMS desde 1956″. En este sentido, apunta que si algún joven empieza a notar “que cuando bebes no puedes parar y que tienes pérdidas de memoria y de control lo que tendría es que acercarse a algún centro como es el de Alcohólicos Anónimos, donde podemos ayudarles, porque no resulta tan fácil conseguir información sobre cómo controlar esta enfermedad”. Explica que “mi mujer es médico y no era capaz de orientarme respecto al problema”, así que considera que si un joven se encuentra con esos síntomas “debería preocuparse por si es alcohólico” y advierte que si no se le pone freno “los caminos que te quedan son el psiquiátrico o algo aún peor”.
Javier T. quiere “invitar a todos esos jóvenes, y a cualquier personas que piense que está en esa situación, a ponerse en contacto con nosotros en el teléfono 988 26 95 40, en la web www.aa24horas.com o acercándose a nuestra sede en Xoán Vicente Viqueira, número 1.
Integrantes del grupo 24 horas de Alcohólicos Anónimos Oaxaca la mañana de este viernes dieron las actividades que se van a desarrollar con motivo del XXIII aniversario de la organización con domicilio en la calle de Mitla 508 del fraccionamiento San José La Noria.
Víctor, quien se encuentra anexado en el grupo convocó a la sociedad oaxaqueña para que participe en la celebración del grupo que presta servicios gratuitos, el próximo domingo 13 en el salón de eventos El Tremolín, en el que se va a llevar a cabo una junta publica de información.
El evento inicia con música, posteriormente sigue la junta de información en la cual se hace saber al enfermo alcohólico que está sufriendo que tiene la misma oportunidad que tienen otros compañeros, asimismo, está prevista la presencia de servidores de los grupos del movimiento.
Destacó que existen muchos problemas que tienen su origen en la enfermedad del alcoholismo, cualquier médico que se consulte sabe que padecen demencia alcohólica, problemas estomacales, en el hígado y en el corazón.
Indicó que durante los 23 años de existencia del grupo se ha logrado que unos 500 alcohólicos han dejado de beber en el grupo, asimismo, reconoció que el panorama del alcoholismo en Oaxaca es muy serio, los médicos han detectado que los jóvenes a temprana edad están tomando.
Antes era raro que las mujeres tomaran, ahora se puede encontrar a mujeres manejando en estado de ebriedad, por lo que llamó a la juventud que se encuentra sumida en este problema y que se sientan la necesidad de dejar de beber que se acerquen al grupo, subrayó.
La agrupación Alcohólicos Anónimos 24 horas Médanos quien atiende de forma gratuita a más de 20 pacientes con problemas de alcoholismo y drogadicción, celebrarán su cuarto aniversario de la fundación el próximo 9 de octubre a las 12:00 del día en el Salón Paso del Norte ubicado sobre la avenida Plutarco Elías Calles y Simona Barba, aquí se tendrán ponentes de diferentes países quienes han logrado salir del problema, por lo que invitaron a la población en general para escuchar los mensajes motivacionales los cuales serán de forma gratuita, así lo dio a conocer Luis B, encargado del lugar.
Luis B, encargado del grupo Alcohólicos Anónimos 24 horas Médanos dijo que las personas que tienen algún tipo de adicción como alcoholismo y drogadicción hay un lugar donde le pueden ayudar a superar su adicción a través del programa de 12 pasos de alcohólicos anónimos.
Es un lugar que está abierto las 24 horas los 365 días del año donde se prestan los servicios de forma gratuita, dijo que existe una anexos donde se les brinda a las personas techo, alimentos y vestido sin ningún costo.
Todas aquellas personas que necesitan un refugio debido a que el medio donde viven no pueden dejar la adicción el centro esta para ayudarles, sé que hay personas que lo han perdido todo por eso queremos ayudarles.
“Se trata de un evento gratuito donde están invitadas todas las personas para que asistan para conocer sobre la forma de trabajo de Alcohólicos Anónimos así como testimonios de personas que han salido adelante y han dejado de beber consumir drogas mediante la ayuda.
Aquí no se tienen a las personas contra su voluntad y no existe maltrato, los que están es porque quieren sanar de la enfermedad y en cualquier momento pueden retirarse si lo desean, afirmó Luis quien también en su momento sufrió adicción de alcoholismo por lo que decidió ayudar a las personas.
El lunes 22 de agosto, el Movimiento Internacional 24 horas de Alcohólicos Anónimos (AA), de servicios gratuitos, conmemora 41 años, con una junta pública de información en el Auditorio Nacional, a las 17:00 horas.
Roberto A. militante de AA, en entrevista para el espacio de Paola Rojas en Fórmula, comentó que la junta tiene el fin de informar a aquellos que tienen un problema con su forma de beber, o que saben de alguien, entre sus familiares o conocidos, que esté siendo afectado por esta enfermedad.
“Esto es algo de lo que nadie quiere hablar, todavía la gente no acepta que es una enfermedad, y esto lo dictaminó la Organización Mundial de la Salud (OMS) hace muchos años. El alcoholismo es una enfermedad, cuando alguien crea o sienta que algún familiar, o ellos mismos tiene problemas con su manera de beber, lo mejor es documentarse, nadie les va decir si son enfermos alcohólicos o no, ellos mismos lo deciden”, indicó Roberto.
Agregó que la gente que admite ser alcohólico, puede seguir viviendo feliz y mucho mejor gracias al programa de Alcohólicos Anónimos, y entenderán que todo tiene solución y todo se puede mejorar en sus vidas.
También hay que tomar en consideración que somos actores con una gran capacidad para mentir, y para fingir, con una gran necesidad de querer quedar bien con todo el mundo, y que detrás de nuestra aparente seriedad se encontraba la ausencia total de nuestra mente, la burla regocijada o la controversia no expresada. El único idioma que los alcohólicos entendemos es el sencillo, la información lisa y llana, la exposición de nuestro historial sin exageraciones y, obviamente, tratando de hacer conciencia en el candidato.
La comunicación sin verdad, o sin una auténtica idea de sinceridad, no rendirá frutos. Recordemos que el mentiroso sabe siempre cuándo se le está mintiendo; el farsante, cuándo se le está embaucando; un “vivo” no puede engañar a otro “vivo”, así como un ciego tampoco puede guiar a otro ciego.
Por eso es tan importante la comunicación constante con los recién llegados. No quiere decir esto que nos esforcemos por convencer al nuevo de que es un enfermo alcohólico y de que nosotros somos poseedores de la panacea.
Al transmitir el mensaje, recordemos nuestras propias reacciones, nuestros propios síntomas de inseguridad y prejuicio, nuestra absoluta falta de fe para creer en alguien o algo, nuestra ceguera para ver qué es lo que anda mal en nosotros, que el motivo aparente pero más objetivo de nuestra presencia en un grupo de Alcohólicos Anónimos son nuestros problemas con la botella, ¡y nada más!; que lo único que vamos a ver es si es cierto que podemos dejar de beber, que no llegamos buscando ser diferentes, ni mucho menos buenos, que no llegamos buscando a Dios, que nunca nos han interesado y sí siempre molestado los rollos de tipo religioso, que no hay nadie más repelente a los temas místicos o espirituales que el enfermo alcohólico, Dios de su propio universo; que a aquellos que llegaron a hablarnos en nombre de la religión, de la moral, de las buenas costumbres, etc., los menospreciamos, al grado del desprecio, y que siempre tendremos argumentos para iniciar y sostener una de nuestras acostumbradas y cantinflescas polémicas de barra de bar.
Algo andaba mal en nosotros, pero no sabíamos qué. En muchas ocasiones quisimos cambiar nuestra manera de ser, envidiamos y despreciamos a aquellos que podían vivir en sociedad y manifestar su adaptación a este mundo, en cuyo seno siempre nos sentimos como “espías en territorio enemigo”. Quisimos e incluso intentamos ser personas rectas, y en algunas ocasiones hasta virtuosas, pero el temor continuo a ser víctimas, el miedo al sufrimiento, nuestra incapacidad para enfrentarnos a algo o a alguien, nuestro egoísmo, en fin, nos impidió “pertenecer”.
Nada más desalentador que la comprobación de nuestra incapacidad para convivir, accidental o totalmente, con otros seres humanos. ¿Cómo, pues, íbamos a quedarnos en un grupo de A.A.? Sólo la desesperanza, esa convicción total, aun cuando momentánea, de no tener salida, pudo producir en nosotros el débil intento de quedarnos en un Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos.
Muchos de nosotros, antes de que se nos transmitiera el mensaje de Alcohólicos Anónimos, hicimos vanos intentos por dejar de beber, “juramentos”, promesas, buscamos el auxilio de la medicina, etc. En definitiva, de alguna manera, la mayor de las veces de forma instintiva, comenzamos a sentir la necesidad de dejar de beber, pero fundamentalmente el deseo de que nuestras circunstancias fueran diferentes, de que algo cambiara de manera definitiva nuestras vidas.
En esa confusión, muchos deseamos huir del escenario de nuestras borracheras. Para los que vivimos en la ciudad, culparla por todos nuestros males y añorar y desear la paz de la provincia. Para los que teníamos “hogar”, desear la liberación y de manera instintiva sentir que las personas asociadas a nosotros, esposa, esposo, madre, hermanos, amigos, constituían de alguna manera parte de nuestra carga emocional; sentir la angustia por las demandas de afecto, de atención, por los requerimientos económicos o simplemente por los compromisos que nos imponían nuestra familia, nuestro trabajo o la sociedad en general. Esto es, formalmente se hacía evidente la rotura de nuestro sentimiento comunitario.
Quién de nosotros, integrantes del Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos, no ha tenido la oportunidad de presenciar cómo llegan los compañeros de nuevo ingreso a nuestros grupos: los unos, con una resaca maquillada que mal disimula los estragos de las últimas borracheras, con todos los temores a cuestas, llenos de incertidumbre, de desconfianza, de titubeos, y de una gran inseguridad.
Sabemos que “algo” doloroso motivó su incipiente decisión de llegar a un Grupo 24 Horas para pedir ayuda. Dentro de esa nebulosa alcohólica que empaña nuestros niveles de conciencia surge un flashazo que, de alguna manera, hace luz en nuestro sufrimiento y marca el instante preciso en el que llegamos a un grupo de A.A.: en ocasiones la amenaza de divorcio o separación; los sentimientos de culpa, incrementados a tal grado en nuestras últimas borracheras que llegan a ser insoportables; la conmiseración, esa profunda lástima por nosotros que nos lleva a un estado de total infelicidad y nulifica todos los motivos que nos hacen querer la vida; ese vacío permanente que hemos sentido dentro, sin poder llenarlo jamás, esa sensación brutal de soledad, aun rodeados de gente, ese sabor amargo que produce la frustración de toda una vida. De repente, algo nos hace tomar conciencia de que necesitamos ayuda.
SABINAS, COAH.- Moctezuma I. , quien logró salir de las drogas gracias al apoyo de Alcohólicos Anónimos, hizo un llamado a las personas que desean sacar de sus vidas los vicios para que se acerquen y conozcan que existen lugares gratuitos donde pueden lograrlo.El entrevistado dijo que existe un lugar en la ciudad de Monclova donde se puede dejar de sufrir para todas estas personas que se drogan con alguna sustancia o que son alcohólicos, es completamente gratis.
“Es importante que sepan que en este centro no se les envía a vender comida a las calles, aquí sólo se enfocan a rehabilitarse, se alimentan bien y no tienen que pagar nada, sólo tener la mínima intención de dejar los vicios”, dijo el entrevistado.
“Para hacer la trasmisión del mensaje yo he venido a Sabinas para invitar a las personas a que asistan a lo que es Alcohólicos Anónimos de la “Alameda” que se encuentra en la ciudad de Monclova, Coahuila”, señaló.
Explicó que las personas interesadas pueden acudir a lo que es el centro o pueden comunicarse con ellos para venir a trasladar al paciente, el único objetivo es que éste tenga la más mínima intención de rehabilitarse y volver a ser feliz.
Después de dos años en la cuerda floja, experimenté la más hermosa y productiva experiencia que me regaló Alcohólicos Anónimos: la oportunidad de desarrollar el sentimiento de servir en algo a los demás. Sin saberlo, en ese entonces el más beneficiado fui mi familia y yo. A través del servicio, al principio con un sentimiento equivocado, buscando satisfacer mi ego, fui descubriendo una transformación en mi insociable e insensible personalidad: poco a poco me di cuenta de que no todo había terminado para mí. A.A., a través de su programa, me mostraba un camino a seguir, aunque con dificultades, con muchas perspectivas para el futuro, si así lo deseaba.
Mi experiencia a través del servicio, las satisfacciones, logros y también dificultades, es algo inolvidable para mí y difícil de explicar con palabras. He cometido muchos errores, pero siempre he tratado de aportar algo a mi grupo. Día a día me preparo emocional, intelectual y psicológicamente; debo pensar más con la cabeza que con el corazón, y por eso debo prepararme constantemente.
Hoy, después de algunos años en el programa, deseo que A.A. cada día esté más disponible, y seguir colaborando un poco para ello. A.A. y Dios, tal como yo lo concibo, me han devuelto la luz que necesitaba, y deseo que, para aquellos que lo necesiten y tengan problemas con la bebida, A.A. tenga las puertas abiertas para ellos.
Mi infancia fue triste; un pasado difícil de olvidar. Mi padre era un borracho consuetudinario, no se preocupaba de nosotros.Nunca pensé que sufriera una enfermedad (alcoholismo) y por tal motivo tuve muchos resentimientos hacia él y hasta llegué a odiarle.Esas humillaciones, escándalos y problemas me dejaron desarmado moral, espiritual y psicológicamente para enfrentarme a la vida, y me hicieron un ser insociable, con muchos complejos que paso a paso me fueron encerrando en la soledad. Llegué a ser un pobre desdichado, enfermo moralmente, sin voluntad ni ilusión de la vida, condenado a transitar por el mundo solo y triste.
Abandoné el colegio por vergüenza, y me fui de casa. Así empezó mi carrera alcohólica. Lejos de mi madre que al fin y al cabo era mi único consuelo; empecé a beber para disipar la tristeza de estar lejos de casa. De regreso a mi hogar, después de unos años, ya bebía por cualquier cosa: porque me disgustaba con la novia o porque estaba contento con ella, cuando ganaba el equipo de mi alma o cuando perdía, en fin cualquier pretexto era bueno para beber.
¡Qué tragedia, Dios mío! Cuando llegué a A.A. ya era un irresponsable que sólo ganaba para beber. No sé cómo me encontré trabajando con un miembro de Alcohólicos Anónimos, quien sin pérdida de tiempo me invitó a una reunión. Por la necesidad del trabajo acepté acompañarlo, mas no porque considerara que mi problema era la bebida. Nunca me dijo que mi problema era ese, pero, eso sí, me llevaba constantemente a reuniones.
Le acompañé como dos años sin aceptar mi enfermedad… Pero lo que me causó impresión fue el ejemplo que me daba en su diario vivir. Eso me hizo reflexionar sobre mi vida, mi pasado, hasta que a regañadientes acepté mi problema, que mi vida era ingobernable y que con el alcohol lógicamente la agravaba más. Desde ese día soy un alcohólico anónimo.
En febrero de 2016 abre sus puertas en Cha de Ermida, número 215, en Vila do Gerês (Terras de Bouro), el primer Grupo 24 Horas en Portugal: el Grupo 24 Horas Vila do Gerês, un grupo de A.A. que, como su nombre indica, permanece abierto las 24 horas del día, los 365 días del año, detalle de suma importancia ante las características tan volátiles del enfermo alcohólico, que hoy quiere dejar de beber, pero dos horas después ya no quiere.
Como todos los grupos de Alcohólicos Anónimos, el Grupo 24 Horas Vila do Gerês está integrado única y exclusivamente por enfermos alcohólicos: un conjunto de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para dejar de beber en común, de manera personal, y ayudar a otros alcohólicos a dejar de beber. No pertenece a ninguna secta política ni religiosa; sus servicios son gratuitos: no cobra honorarios o cuotas, ni acepta contribuciones ni subvenciones, tanto públicas como privadas. Aquellas personas que, bien sea por sus circunstancias personales (situación económica, familiar, geográfica, etc.) bien por su propia necesidad de más terapia, así lo decidan, puede quedarse a vivir durante un tiempo de forma gratuita y voluntaria.
El alcoholismo no es un vicio, como se cree, sino una enfermedad progresiva, incurable y mortal (OMS 1956), muy democrática, no respeta ni edad ni sexo ni condición social, que afecta al 10% de la población. El síntoma más visible de esta enfermedad es que el alcohólico, cuando empieza a beber, no puede detenerse. Nadie desea ser enfermo alcohólico, ni es por tanto culpable de serlo. El alcohólico no es alcohólico porque beba mucho… siempre ha bebido mucho porque es alcohólico.
Es cruel que en pleno siglo XXI, época de la comunicación, fallezca gente víctima del alcoholismo… sin conocer la existencia de una solución. Desde hace más de 41 años, el programa de Alcohólicos Anónimos que se practica en los Grupos 24 Horas de A.A. en todo el mundo ha probado su eficacia: intentar ayudar a un alcohólico a dejar de beber… para poder detener la propia enfermedad por cada 24 horas. Convivencia, compartir experiencias personales y comprensión mutua, éstas son las herramientas que han permitido que millones de enfermos alcohólicos hayan conseguido de una manera bastante sencilla aquello que parecía un imposible: dejar de beber… y vivir una vida diferente.
El mensaje de Alcohólicos Anónimos recorre los caminos más extraños e inescrutables para llegar a aquéllos a quienes tiene que llegar. Hace algunas 24 horas, un compañero del Grupo 24 Horas Condesa, español de origen, comenzaba a involucrarse en la euforia que se despertaba con los servicios próximos al aniversario del Movimiento 24 Horas de A. A. que desde hacía algún tiempo, como hasta el día de hoy, se celebraba en el Auditorio Nacional de la ciudad de México (folletos, posters, juntas de información), lo que significaba transmisión del mensaje a todos los niveles, pero además despertaba en nosotros alegría y un gran sentimiento de unidad, de integración y pertenencia.
El compañero Javier, que tal es su nombre, hacía migas con una compañera alemana, la compañera Bárbara, pero él fue el destinatario del mensaje de vida del Movimiento Internacional 24 Horas de A. A. a su regreso a su lugar de origen, y al tiempo nos dio la noticia de que iniciaba en Ourense el primer Grupo 24 Horas, que el día de hoy celebra su XV aniversario. En la actualidad este movimiento es un movimiento fuerte, integrado por 12 grupos en España y Portugal, y en el XXXVI Congreso Mundial del Movimiento Internacional 24 Horas tuvimos la oportunidad de estrecharlos y de sentirlos nuestros.
Esta hermandad que rebasa todos los límites sólo puede tener un origen: se da en el nivel de sufrimiento, cuando más necesita el ser humano de una auténtica comprensión, que sólo puede brindarle el que está sufriendo, o el que sufrió, de la misma forma. Ese sufrimiento que despierta en el enfermo alcohólico los mejores sentimientos, que despierta el amor a ese semejante que piensa, reacciona y sufre de manera idéntica, sea mexicano, ecuatoriano, colombiano, estadounidense, español, peruano o portugués. Es en los grupos donde realmente encontramos a nuestros semejantes, a los que hemos buscado durante toda la vida, con los que hoy convivimos para conservar la alegría, la fiesta, la euforia, el gusto, para conservar el espíritu vivo, algo que los actuales compañeros servidores, Guillermo L., Raúl G., Macario R., Víctor C., Enrique A., Norberto V., Virgilio A., sintieron desde su llegada: encontrar algo mejor que el alcohol.
“Esto me llevó a la sana conclusión de que había muchísimas situaciones en el mundo ante las cuales yo no tenía ningún poder personal, que si estaba tan dispuesto a admitir que éste era el caso respecto al alcohol, tendría que reconocer lo mismo respecto a otros muchos asuntos: tendría que sosegarme y saber que El, no yo, era Dios” (Bill W., Tal como lo ve Bill).
Estoy aprendiendo a practicar la aceptación en todas las circunstancias de mi vida, para poder disfrutar de tranquilidad de espíritu. En el pasado la vida era una constante batalla porque creía que tenía que pasar cada día peleando conmigo mismo y con todos los demás. Finalmente, esto se convirtió en una batalla perdida. Terminaba emborrachándome y llorando por mi miseria. Cuando empecé a desprenderme y dejar que Dios, tal como yo lo concibo, se hiciera cargo de mi vida, empecé a tener tranquilidad de espíritu. Hoy soy libre. Ya no tengo que pelear con nadie ni con nada.
“¿Te imaginas, Virgilio, un lugar donde el alcohólico pueda ser recibido a cualquier hora del día, de la noche, o de la madrugada principalmente, cuando arrecia la resaca alcohólica, donde se le ofrezca un café, una infusión caliente, un cigarrillo y una buena charla sobre las experiencias, nuestras experiencias con el alcohol? ¿Un grupo que funcione de día y de noche, sin que jamás cierre sus puertas?”
Y de esta forma, tal día como hoy, un 15 de junio de 1975, abría sus puertas, que hasta el día de hoy no ha vuelto a cerrar, el primer Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos en el mundo, el hoy llamado Grupo Matriz o Condesa. Se iniciaba para cada uno de nosotros el camino de salvación.
Parece que fue ayer, y ya han transcurrido 40 años. En muchos de nosotros había dudas, en especial en aquellos que no conocíamos un mundo distinto del de nuestro propio egoísmo. Y temores: temor de dejar algo del mundo de fuera, temor de que el grupo no funcionara, temor por el tiempo que íbamos a dedicar a esta nueva fuente de vida. En este tiempo hemos asistido a un extraordinario milagro: la recuperación de miles de enfermos alcohólicos en los Grupos 24 Horas que de él derivaron y que el día de hoy integran el Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos.
No fue ésta una invención planeada ni largamente meditada. Surgió de un intenso entusiasmo por el servicio y una gran necesidad de obtener ayuda para su recuperación de un puñado de enfermos por alcoholismo, integrantes del Grupo Hamburgo, que se reunían cada noche a intentar detener día a día su enfermedad y empezaban a descubrir una mayor necesidad de comunicación, una mayor necesidad de integración. Entre estos compañeros surgió la inspiración de iniciar un grupo que sesionara las 24 horas del día de manera ininterrumpida.
En realidad, los auténticos fundadores de esta fuente de vida fueron los compañeros de la primera generación, aquellos que llegaron a conformar la conciencia del Grupo 24 Horas durante los primeros tres o cuatro años. Algunos son ahora los servidores de nuestro Movimiento: Guillermo L., Raúl G., Macario R., Víctor C., Enrique A., Norberto V., Virgilio A.
En definitiva, el Movimiento Internacional 24 Horas tiene su origen en la voluntad de un Poder Superior, tal como cada quien lo conciba, que se manifiesta en sus servidores y en su conciencia. Es en realidad un magno experimento espiritual tutelado por ese Dios bondadoso, “el Dios de los borrachos”, que nos ha mantenido con vida y unidos hasta el día de hoy, que nos ha ofrecido a todos nosotros la posibilidad de vivir.
Antes de llegar a A.A., me jactaba de haber dejado de beber. Un día se lo dije a un miembro de A.A. Desestimó la hazaña comentando de paso: “No eres sino un borracho seco”. No fue ningún cumplido. Poco después me invitó a una reunión. Fui para complacerle, o así creí.
Todos los desastres sucedidos desde aquella primera reunión ya estaban por suceder. Era como si hubiera hecho una bola de nieve en la cima de una colina y durante los meses siguientes la hubiera visto crecer rodando lentamente cuesta abajo para aplastarme. En ocasiones parecía que podía derretirse o desviarse, pero no lo hizo. Hoy me parece bien que no lo hiciera. Puede que no hubiera otra forma de aprender lo que tenía que aprender. Quizá éste haya sido el golpe final y devastador, y por fin he tocado fondo.
Todos mis problemas me los he creado yo mismo. Uno de los puntos culminantes de mi vida es el día en que empecé a captar el significado de esta frase del libro Alcohólicos Anónimos. Saber que me he creado mis problemas contribuye a aceptar las consecuencias de mis acciones con cierta tranquilidad de espíritu.
Sigo descubriendo cada vez más lo enfermo que estoy. Este proceso de descubrimiento ha sido terriblemente doloroso. No hay posibilidad de que una persona se recupere hasta que no se dé cuenta de la enorme necesidad de hacerlo, de lo inútil que es tratar de recuperarse a solas.
Al principio la gente me decía: “Sigue asistiendo a A.A. Todo mejorará”. Seguí y las cosas han mejorado, aunque no de la forma en que creía que lo harían. No he tenido más éxito en todas las áreas de mi vida como creía que iba a tener. Como consecuencia de ciertas acciones antes de llegar a A.A., me encuentro como huésped del gobierno en la instalación psiquiátrica de una penitenciaría de alta seguridad. Todo esto tenía que suceder para que me diera cuenta de lo perdido que estoy sin la ayuda constante de mi Poder Superior.
¿Han mejorado las cosas? No bebí hoy. Tengo esperanza. Se puede ver una luz al final del túnel, aunque a veces es débil. Cuando aquella luz baja, todavía hay muchos alcohólicos sin beber de A.A. Son una prueba de que las cosas sí mejoran para aquellos que trabajan los pasos y están dispuestos a esperar.
Durante mis primeros días en A.A. creí tener un doble problema: el alcohol y la droga. Después de tantos años sin beber, parecía solucionado el primero. Tardé en darme cuenta de que un puñado de pastillas producía el mismo efecto que la bebida: el olvido. Un día lo descubrí. Había sustituido el alcohol por las pastillas. Después de una laguna mental de tres días provocada por tranquilizantes y analgésicos, era absurdo recobrar el sentido y felicitarme por no haber bebido (que nadie recordara). No había botellas vacías.
Mientras acepte en lo más profundo de mi corazón que nunca puedo beber como la gente normal, sé que debo estar en A.A. y practicar los pasos diariamente para vivir sin alcohol. No puedo usar ninguna droga o medicamento que afecte mi estado mental o emocional. Me harán volver al alcohol, conduciéndome a la muerte o la locura. Mi indulto es sólo para hoy, y sólo si mantengo mi condición espiritual.
No es fácil hacerlo. Era “experto” en espiritualidad. Hoy me siento como un niño confundido, tratando de saber qué es la verdadera espiritualidad. En los primeros cuatro pasos del programa de A.A. he visto cómo me autoengañaba para convencerme de poseer una firme creencia en Dios. Los que creen en Dios no hacen las cosas que hacía yo. Hoy lo único que puedo hacer en lo concerniente a la espiritualidad es asistir a A.A., leer el libro Alcohólicos Anónimos, tratar de practicar los pasos y pedir la ayuda de Dios, tal como lo concibo. El resto es asunto de Dios.
A los 30 años ya sabía que era alcohólico, pero tardé otros 10 en encontrar la puerta de Alcohólicos Anónimos. Creía que A.A. era sólo para los alcohólicos perdidos. Después me di cuenta de que también era uno de aquellos alcohólicos “perdidos”.
En esas primeras reuniones había un hombre que repetía un refrán: “Cuando llegué, me dijeron que A.A. tenía un destornillador apropiado para todo tornillo flojo”. En ese momento me parecía graciosa la frase, pero no se podía aplicar a mí. Hoy me siento agradecido porque A.A. tiene esas herramientas, ya que sin duda tenía algunos tornillos flojos que apretar.
Era duro de pelar. Sí, soy alcohólico, pero un caso no tan malo. ¿No había logrado dejar de beber siete años antes de llegar a A.A.? No me parecía necesario mencionar que mientras tanto había aprendido a emborracharme con pastillas.
En los doce pasos de A.A. se encuentra la clave del buen manejo del destornillador. Si los pasos no dan resultado, nada lo dará. He probado suficiente cantidad de programas de recuperación espiritual, psiquiátrico, oriental, místico y basados en el puro sentido común como para saber que no me dan resultado. A.A. es el último recurso para alguien que acaba sintiendo la desesperación de un hombre que se está ahogando.
Después de unirme a Alcohólicos Anónimos, volví a beber un par de ocasiones, y no sucedió ningún desastre. Creí haber vencido al alcohol. Sin embargo, dos semanas después, de pronto, estaba borracho. No lo había planeado, ni siquiera había pensado en hacerlo. Simplemente comencé a beber y no pude parar hasta que perdí el conocimiento. Algo andaba mal en mí. Estaba enfermo de algo que me llegaba hasta lo más profundo del alma. No podía soportarme a mí mismo. No podía enfrentarme a nada.
Me arrastré de vuelta al grupo de A.A., y por primera vez escuché. Regresé a casa con la mente adormecida. Me encontraba otra vez ante algo a lo que no sabía hacer frente. Mi suerte no iba a cambiar. Yo era el que tenía que cambiar. ¿Podría? Dios, tal como lo comprendía, seguramente estaba disgustado conmigo. Había regateado, adulado y roto todas las promesas que le había hecho. ¿Cómo podía ahora recurrir a El?
Al sentarme en ese cuarto vacío, pude oír las palabras: “Tanto amó Dios al mundo… Tanto amó Dios al mundo…” Mis palabras parecieron haberme sido arrancadas: “Dios mío querido, ¿dónde voy a encontrar la fortaleza para superar mi alcoholismo?”
La voz que me contestó era tranquila y dulce hasta más allá de cualquier descripción: “Tienes la fortaleza, todo lo que tienes que hacer es usarla. Yo estoy aquí. Estoy contigo. Aprovéchame”.
Ese día volví a nacer. Me fue arrancada la compulsión por beber. Desde entonces, he encontrado en la sobriedad aquello que estuve buscando en la botella. Quería paz; Dios me dio paz. Quería ser aceptado; Dios me aceptó. Quería ser amado; Dios me aseguró que me amaba.
Zacatecas, Zac.- “Defendí mi alcoholismo en las garras de la locura y de la muerte; traía delirios de persecución, lagunas mentales, temblorinas, el diagnóstico de perder la vista en seis meses, deficiencia hepática y la mitad del cuerpo insensible”.
Felipe, hombre de la tercera edad, uno de los primeros que en México formaron parte del Movimiento 24 Horas de Alcohólicos Anónimos (AA), da su testimonio ante miles de hombres y mujeres que, como él, se autonombran “enfermos alcohólicos”.
Llegó al punto de casi perder su patrimonio, su trabajo, su libertad. Aun así no quería dejar de beber. Al respecto reconoce: “No sabía que lo mío era una enfermedad incurable, progresiva y mortal”.
Felipe tocó fondo: En medio de problemas de auditorías y situaciones legales llegó a AA: “Mis compañeros de Alcohólicos Anónimos me dijeron: aquí no pasa nada, pero si sales te entamban y ante esa situación me quede en el grupo, me integré”.
La capital de la cerveza es también la capital de uno de los cinco estados con el mayor consumo per cápita de bebidas alcohólicas de toda la República; donde 160 mil personas consumen alcohol habitualmente; donde el 95 por ciento de los accidentes viales son provocados por conductores ebrios; donde casi 400 personas mueren anualmente a causa de dichos accidentes
En el estado de Zacatecas también hay dos mil 400 alcohólicos, es decir, personas con una grave dependencia a las bebidas embriagantes, informó el responsable del Programa de Adicciones de la Secretaría de Salud de Zacatecas (SSZ), Iván Torres Cuevas.
El alcoholismo -explica- es una enfermedad crónico degenerativa que, como tal, no puede curarse, sólo controlarse mediante terapia psicológica, medicamentos y grupos de ayuda mutua como los de Alcohólicos Anónimos.
Aunque se desconocen las causas que provocan la necesidad de beber, es posible que la dependencia sea el resultado de una predisposición genética, una enfermedad mental, o una combinación de estos factores.
Lo que sí es claro, es que la influencia cultural y familiar puede ser decisiva: “Los niños piensan que es normal beber, porque ven a su papá bebiendo, además muchos le enseñan a beber a sus hijos con la intención de que no lleguen a ser alcohólicos, pero tristemente pasa lo contrario”, comentó el funcionario.
Aunque la mayoría de los bebedores se ubican en el grupo de 20 a 40 años de edad, en la entidad en fechas recientes disminuyó la edad de inicio; antes la primera copa se consumía en promedio a los 14 años, hoy a los 12.
Así mismo, cerca de 160 mil zacatecanos son bebedores ocasionales que no presentan signos de adicción, lo cual coloca a la entidad por encima de la media nacional, así como entre los cinco estados con el mayor consumo per cápita.
Torres Cuevas explica que una peculiaridad de Zacatecas es la tendencia al consumo “explosivo” los fines de semana: “Los zacatecanos tenemos la mala percepción de que, sin alcohol, no hay diversión”.
Entre los daños lentos están: la irritación gástrica, las várices esofágicas, la colitis, y la gastritis, padecimientos que a la larga pueden ocasionar cáncer de estómago. También está la cirrosis hepática, y la exposición a enfermedades crónico degenerativas como la hipertensión, la diabetes y la insuficiencia renal
Entre los daños inmediatos pueden mencionarse: la exposición a riñas y otros actos violentos; la posibilidad de sufrir una broncoaspiración o una congestión etílica y, sobre todo, crece el peligro de verse involucrado en accidentes automovilísticos.
En Zacatecas, cerca de 380 personas mueren al año en accidentes automovilísticos, de los cuales más del 90 por ciento involucran a conductores que van bajo los efectos del alcohol, informó Alfredo Méndez Guerrero, responsable del Programa Estatal de Accidentes y Seguridad Vial.
Son diversas las actividades que el Programa Estatal de Accidentes realiza para prevenir estas muertes. Una de ellas es el control de alcoholimetría en conjunto con la Dirección de Tránsito del Estado que realiza los operativos conocidos como “alcoholímetros”.
Además a través de la Secretaría de Salud se tienen varios subprogramas de pláticas de sensibilización de cultura vial en todos los municipios, las cuales se imparten principalmente a la población abierta en los centros de salud que cuentan con promotores capacitados.
Tan sólo en el municipio de Zacatecas, hay 780 permisos activos para la venta y/o consumo de cerveza, así como 435 permisos para la venta y/o consumo de bebidas mayores a 10 grados de alcohol (vinos y licores).
Es un negocio muy redituable. Según informó el director de Ingresos del ayuntamiento, Ricardo Humberto Fernández Enríquez, durante los primeros cuatro meses del año, el municipio recaudó 4 millones 428 mil pesos tan sólo por la renovación de la mayoría de las licencias.
El director de los Centros de Integración Juvenil (CIJ) en el estado de Zacatecas, Pedro Rodríguez de la Torre informó que durante el año pasado, se atenderon 379 jóvenes que consumen alcohol, mientras que este año ya son 143, de los cuales el más pequeño tiene sólo 12 años.
La mayoría de ellos son politoxicomanos, es decir, además de su dependencia a la bebida, presentan otras adicciones. Del total de pacientes que acuden para tratar alguna adicción, el 85 reporta consumo de alcohol.
En concordancia con los números de la SSZ, las estadísticas de los CIJ hablan de una tendencia al alcoholismo más marcada en las edades productivas, lo que tiene efectos directos en las empresas y en la vida laboral.
De acuerdo al estudio denominado “Atención integral del consumo de drogas en los centros de trabajo” -elaborado por los CIJ en coordinación con la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación delegación Zacatecas, en el último lustro creció 29 por ciento el consumo de drogas entre los trabajadores (18-65 años).
Tras expresar que en Zacatecas es muy común el ausentismo laboral por estas causas, Pedro Rodríguez comentó: “Normalmente el trabajador se embriaga todo el fin de semana y normalmente el lunes se ausenta o baja su productividad”.
Las estadísticas de pacientes de los Centros de Integración Juvenil también hablan de un claro incremento en el porcentaje de consumidoras. Hasta hace poco más de una década, por cada cinco hombres bebedores había una mujer; hoy la proporción es de una mujer por cada dos varones.
“Hoy las mujeres han avanzado en la sociedad en aspectos positivos como lo es la apertura laboral, pero también en aspectos negativos como el gusto por las bebidas embriagantes”, comentó el funcionario.
Sin embargo, Ivan Torres recalca que las mujeres son más afectadas porque, a pesar de llegar a beber las mismas cantidades de alcohol, el cuerpo de un hombre tiene una mayor resistencia a los efectos inmediatos y progresivos de la droga.
No por la importancia de este nuestro Congreso Internacional perdieron significación las juntas públicas de información para celebrar los diferentes aniversarios de Grupos 24 Horas. En ellas nuevamente confirmamos que cada acto de nuestro Movimiento Internacional es ya una verdadera “fiesta del pueblo”, para nosotros una manifestación de esa enorme disposición de nuestros compañeros que, sin ningún pretexto, recorren distancias de cientos o incluso miles de kilómetros para solidarizarse en la práctica de la unidad y fortalecer los vínculos que nos unen.
Y cómo no iba a ser así, si experimentamos esta deliciosa sensación de libertad en cada uno de nuestros eventos. Es como un gran recreo, que nos permite el Poder Superior, como cada quien lo conciba, para romper todo tipo de ataduras, para acceder a una atmósfera de plenitud, donde cada uno de nosotros hemos encontrado el sentido de nuestra vida.
Por otra parte, el contenido de nuestras reuniones no está en su valor de exposiciones literarias, sino en la experiencia terapéutica que mueve nuestros niveles de conciencia y nos despierta a un nuevo estado en el crecimiento personal. Pero por encima de todo, esa confortable sensación de estar rodeados de personas con las que nos identificamos plenamente, con las que hemos probado poseer una enorme afinidad, en pensamiento, emociones, reacciones, y un común denominador: una enfermedad con un idéntico sufrimiento.
La síntesis de la historia de cada una de estas conclusiones se agolpa en el momento en que se declara inaugurado ese Congreso de alegrías, de afectos y de amistad, que nos hace vivir intensamente durante cinco días en la plenitud de un mundo que en algunos momentos mucho se asemeja al paraíso.
Uno de los acontecimientos que año con año destaca de manera elocuente en una vida pletórica de ricas experiencias, eventos y festividades a las que tan acostumbrados estamos en nuestra militancia es el Congreso del Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos: estallido emocional que eleva nuestro espíritu y concientiza en sensibilidad nuestra necesidad de dar y recibir afecto.
Para nosotros, los integrantes del Movimiento Internacional 24 Horas, la rapidez con que se suceden nuestros acontecimientos nos priva de detenernos a analizar ese fenómeno más apreciado por los demás que por nosotros mismos, tal vez como protección, dada nuestra tendencia a llenarnos de egocentrismo, nos veta poder ver lo que significa reunirse tres mil seres humanos de distinta idiosincrasia, de diferente país y latitud, de heterogénea recuperación de acuerdo al tiempo de cada quien, sin ningún jefe o conductor, sin ningún encargado o guardián del orden, para convivir en la más fraternal algarabía, bajo la base de un profundo respeto hacia nuestros compañeros y hacia las personas del llamado mundo de fuera.
Son muchos los tropiezos a lo largo de mi actividad alcohólica, hasta mi última experiencia, la que me llevó a Alcohólicos Anónimos: llevaba dos meses sin beber haciendo un esfuerzo sobrehumano. Un pequeño problema emocional me llevó a esa primera copa y volví a caer derrotado. Me mantuve bajo los efectos del alcohol cinco meses. Todas las noches antes de acostarme imploraba a mi Dios que me alejara de esa primera copa al otro día. Consulté doctores, me sometí a los tratamientos más rigurosos; visité templos religiosos y nada fue efectivo.
Pero llegó un día en que Dios, como yo lo concibo, escuchó mis ruegos. En aquellos días de tortura, conocí a un joven –hoy buen amigo y compañero de A.A.– que tenía el mismo problema con la bebida y buscaba solución al mismo. Me habló de un grupo de ex borrachos que se reunía para mantenerse sin beber. Me sorprendí mucho al oír que se trataba de “ex borrachos” que se reunían para resolver su propio problema. Pero decidí visitarlos.
Nunca podré olvidar aquella noche. Entré lleno de complejos, de rencores, de miedo. Estaba muy nervioso. Creía que me recriminarían por las faltas que había cometido. Pero cuál no sería mi asombro al ver la sinceridad con que me trataron y la humildad con que aquellos hombres y mujeres admitían ser alcohólicos. Me sentí mejor, pues en aquel momento me di exacta cuenta de que no estaba solo y que este grupo de A.A. estaba presto a ayudarme. Esa misma noche, para bien mío, con humildad y sinceridad admití ser un alcohólico.
Desde entonces he permanecido sin beber día a día, llevando siempre en mi mente, a cada paso que doy, el hecho de que soy un enfermo alcohólico y que conozco la solución a mi problema: Dios y Alcohólicos Anónimos.
Deprimido, lleno de complejos y temores, un día, tras perder de nuevo un trabajo, decidí cambiar de ambiente y huir a otro país a empezar una nueva vida. Era sincero en mi propósito, pero abrigaba la esperanza de poder beber algún día como los demás. No admitía la derrota.
Pude mantenerme sin beber cuatro meses, pero un día, solo, sintiéndome infeliz por mi vida monótona huyendo del alcohol, decidí entrar a un bar en busca de compañía. No tenía la menor intención de beber. Escuché algo de música y mi mente alcohólica empezó a divagar: “¿Por qué todos pueden beber y yo no? ¿Acaso soy menos? Voy a probar, pero esta vez la bebida no me dominará. Soy un hombre. Pondré a trabajar mi fuerza de voluntad y pararé cuando quiera”. Pedí una cerveza. Iba a cambiar la bebida por una más suave, ya que solía beber bebidas fuertes. “La cerveza no me hará daño”, pensaba. Pude controlarme, y después de la tercera me fui. No había sucedido nada. Me sentía feliz. Finalicé la semana sin beber, pero el siguiente domingo fui a parar al mismo lugar. Ya no había otra cosa en mi mente que aquella barra. Esta segunda vez me emborraché un poco, pero llegué sin novedad a casa. Estaba jugando con fuego, y no lo sabía. Esto quedó demostrado siete días después. Volví a emborracharme, pero ahora desastrosamente, tanto como la última vez en mi país. Continué bebiendo y mi hermano me obligó a abandonar su casa, pues le creaba problemas. Decidí vivir solo. Tampoco dio resultado.
Me casé, y al principio bebí periódicamente, algún que otro día, pero al empezar los pequeños problemas volví a la carga repetidamente. Mi esposa trató de ayudarme todo lo que pudo, pero no le fue posible hacer nada por mí. Continué mi carrera desenfrenada y sufrí una de las experiencias más duras de mi vida: recluirme en un psiquiátrico. No bebí un tiempo por miedo, pero éste poco a poco fue desapareciendo, olvidé esa triste experiencia y volví a beber.
Cuando asistí a A.A., buscaba una tabla de salvación. Sabía que el alcohol estaba destrozando mi vida y la de los que me rodeaban, pero no podía librarme del poder que sobre mí ejercía. Había probado todo cuanto estaba a mi alcance: religión, medicina, espiritismo, remedios caseros, y todo, todo, resultaba ineficaz, aun los consejos de mi madre y de mi esposa. Ningún recurso ni remedio me había dado resultado positivo, de ahí que cada día me hundiera más y más en la arena movediza en que zozobraba.
Cuando empecé a beber, lo hice como todo bebedor social, aunque noté una mayor resistencia para la bebida que la gente que bebía conmigo. Eso me hizo sentir bien por ese prurito de muchacho inexperto que no conocía el riesgo que había de correr con la bebida. En aquella época se manejaba que si no bebías no eras hombre. Por supuesto, hoy lo veo de distinta manera.
Al correr el tiempo la bebida pasó a jugar un papel importante los fines de semana. Comenzaba los viernes sociales y terminaba el domingo. Más tarde se me hizo difícil levantarme para ir a trabajar el lunes después de un fin de semana tan borrascoso y, como se supone que “un clavo saca otro clavo”, nada mejor que una buena copa para calmar los nervios. Aquí fue donde empezó el problema en mi vida. Ya estaba el alcohol tomando un puesto prominente en mi rutina diaria.
Parecía tener una mayor resistencia al alcohol que los demás. Pero acabé agotado, sin la mínima esperanza de poder rechazarlo. Desamparado, desesperado, encontré Alcohólicos Anónimos. Ante un grupo de hombres y mujeres admití con humildad y sinceridad que soy un alcohólico. No he vuelto a beber, sintiéndome relativamente feliz al lado de los seres más queridos.
No es una degradación admitir ser alcohólico: la ciencia médica ha reconocido que el alcoholismo es una enfermedad, incurable, progresiva y mortal. Además, me parece una demostración de buen sentido común aceptar la derrota y hacer algo eficaz para detener la enfermedad, en vez de andar borracho por esos mundos de Dios. Debo indicar, sin embargo, que no es fácil llegar a esta conclusión porque a nadie le agrada declararse derrotado. Pero en el caso del alcohólico, admitir la derrota te coloca en la senda del triunfo, el camino de una nueva vida.
Desde la primera noche en A.A., la enfermedad se ha detenido, día a día, 24 horas a la vez, según se me indicó, lo que demuestra que A.A. funciona. Pero no puedo alardear de ello, pues mañana podría emborracharme como el más borracho, ya que llevaré siempre conmigo la enfermedad del alcoholismo y sólo me separa de una borrachera esa “primera copa” que no es sino veneno para mí.
Hemos llegado a Alcohólicos Anónimos en busca de una solución a nuestro problema con la bebida únicamente después de “tocar fondo”. El propio alcohol, cómplice en los inicios de la actividad, que nos permitió sobrevivir a un mundo que sentíamos hostil y en el que en el fondo nunca nos sentimos integrados, que anestesió durante tanto tiempo el temor, los resentimientos, los sentimientos de culpa, la soledad, se ha convertido en un implacable enemigo ante quien es imposible huir. En un breve y efímero momento de conciencia, a veces de forma inesperada, descubrimos en toda su magnitud el infierno en que se ha convertido nuestra vida. Y en esas condiciones, a las gradas de la locura y de la muerte, sumidos en la desesperanza, pedimos ayuda.
Nos consideramos seres afortunados. ¿Por qué? Porque sólo teníamos una oportunidad, ésa; porque tuvimos la fortuna de encontrar la ayuda de A.A.; porque nuestra petición de auxilio fue atendida en ese preciso instante por otro alcohólico que estaba ahí y que, para dejar de beber, nos dedicó parte de su tiempo y esfuerzo, nos habló de su infierno particular e hizo realidad ese puente de comprensión que se manifiesta entre enfermo alcohólico y enfermo alcohólico.
Pero podía no haber sido así: la línea de teléfono podía haber estado muerta, las puertas de A.A. tal vez cerradas; podían habernos exigido requisitos imposibles de cumplir, sobre todo en las condiciones en que llegábamos; podía no haber estado ahí ningún enfermo alcohólico para recibirnos, o éste podía haber estado más interesado en su situación personal, en la satisfacción de sus deseos egoístas, en recuperar “la hacienda perdida”, que en ocuparse de la persona que se acercaba sumida en la desesperación y la desesperanza. Incluso podíamos encontrarnos más allá de toda posible ayuda.
En la época en que me fue transmitido el mensaje de Alcohólicos Anónimos, no existía la conciencia de que el alcoholismo fuera una enfermedad. En estas condiciones tan adversas fue un auténtico milagro que yo recibiera el mensaje y pudiera salvar la vida.
Obviamente lo recibí de otro enfermo alcohólico, alguien que sabía de lo que hablaba. Por supuesto no me gustó, porque mencionaba cosas que siempre rechacé, miedos, emociones que siempre quise tapar, odios muy grandes, muy especiales. No lo soportaba. Hasta que un día me comentó: “¿Por qué no vas al grupo, para que sepas de qué se trata?” Yo llegué a A.A. mitómano, y sin embargo ese día no sé por qué no encontré ninguna excusa y le dije que sí. Bueno, sí sé: quería quedar bien con él.
Así llegué. No entendía absolutamente nada. Se me acercaron los compañeros. Venía del carnaval, del mundo de fuera, y cuando me preguntaron qué me había parecido, les respondí: “Muy bien, muy interesante. Por aquí me daré una vuelta”. La eterna comedia. Regresé dos o tres veces. Pensé: “Voy a venir cinco o seis días, y mi propio amigo verá que no soy alcohólico. Así quedo bien con él, y no pasa nada”.
Unos días después me llamó mi padrino, el que me transmitió el mensaje: “¿Y el grupo, Virgilio?” “De eso quiero hablarte. Bebí.” “Está bien.” “No. ¿Cómo que está bien?” Sentía que me moría. “Sí, está bien. Tú no tienes problemas con tu manera de beber, tú no; eres un borracho, pero problemas no tienes.” “No. Sí tengo. Siento que me muero.” “No”, me dijo, “para llegar a un grupo de A.A. hay que tocar fondo, y a ti te falta, tiene que sucederte algo fuerte para que toques fondo verdaderamente, estás muy entero. Te falta fondo… si es que eres enfermo alcohólico. Toca fondo, y entonces tendrás la oportunidad de llegar… si eres alcohólico.” “No, ya no quiero, sí soy enfermo alcohólico.” “Está bien. Pero ya no te voy a decir nada. Te estimo mucho, no quiero perder tu amistad. Si quieres llegar, ya sabes dónde es. Nadie puede dejar de beber por ti. Si quieres dejar de beber, tienes que hacerte responsable de tu vida.”
Era un 10 de mayo, y había invitado a la compañera a cenar. Ya no me decía nada, ya no me creía. Bebí dos sangrías, y cuando iba a empezar la tercera algo me dijo: “Si la bebes, no llegas. Y sabes que eres enfermo alcohólico”. Entonces le dije que se fuera a casa. Se me quedó mirando: “Ya la agarraste, ¿verdad?” “No.” Porque siempre le hacía eso. Al final se fue, tomé un taxi y llegué al Grupo Hamburgo de A.A. Ya había terminado la junta normal. En aquella época llegaban muy pocos alcohólicos, porque nadie transmitía el mensaje, y si lo hacían era de tú a tú. Generalmente vivían como en catacumbas, encapuchados, como si sintieran vergüenza de militar en un grupo de A.A.
Los compañeros se alegraron: “¿Cómo estás? ¿Ahora sí vas a pasar a tribuna? ¿Ahora sí vas a regalarnos tu historial?” “Sí.” Abrieron un maratón y me pasaron a tribuna. Cuando bajé, comenzaron a subir para hacerme conciencia. Llegó el momento en que mi padrino, como a eso de las tres de la madrugada, me comentó: “Oye, te están tratando como recaído, y tú no eres recaído. Los voy a parar”. “No. Déjalos.” “¿Déjalos?” “Sí. Déjalos”, le dije. “Mira, si me marcho a casa, me muero, siento que se me para el corazón, que no voy a amanecer. Las noches son infernales. No. Déjalos, que digan lo que quieran, porque me estoy sintiendo bien.” Y me quedé. Gracias a Dios, desde ese momento, y de esto hace ya algunas 24 horas, no me he vuelto a llevar esa primera copa a la boca. El mundo cambió. Y comenzó esta maravillosa aventura.
El primer aniversario llegó. Por primera vez una gran tarta de varios pisos, una junta como las que se estilaban en aquel entonces, cuando nuestra ingenuidad creía que cuanto más tiempo duraba mejor era, con los pagos inherentes de una muy engañosa pretensión de humildad.
En esta idealidad no podemos olvidar que somos enfermos alcohólicos, emocionalmente frágiles, con distintos grados de recuperación, por lo que la excepción que confirma la regla aparecerá con algún que otro resentido que por un “quítame allá esas pajas” pudo haberse fruncido en este gran experiencia.
Con todo y todo, cientos de voces nuevas fortalecían la esperanza, anticipo de la fe, de un mundo de vida pujante, alegre, como lo es hoy el Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos.
Nos disponíamos con gran algarabía a los preparativos de nuestro primer aniversario. La experiencia era nueva, novedosa, inquietante, ya que todavía no se percibía ningún signo que nos permitiera avizorar en lo que iba a convertirse y a ser el Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos. Se había obtenido para este festejo el teatro Reforma del Seguro Social, lo que para el no conocido mundo de los alcohólicos anónimos de aquella época constituía ya un acontecimiento.
Con pasos balbuceantes y tímidos se acudía a la prensa nacional, para que se publicaran las primeras notas invitando al festejo. Cada línea dedicada por nuestros amigos periodistas era objeto de celebraciones verbales no exentas de egocentrismo y de sentimientos de importancia, actitudes todas correspondientes a nuestra infancia en la recuperación. La verdad, ninguno de nosotros, promotores del evento, había adquirido la más mínima de las capacidades para trascender nuestra timidez y el profundo temor a un mundo que creíamos nos amenazaba y estigmatizaba. A pesar de esto, y transportados al momento en que lo vivimos, nuestra próxima celebración era el inicio de todo un despertar que el tiempo se ha encargado de confirmar cada 24 horas.
En estos servicios siempre se corre el riesgo de volver a llenarnos de egocentrismo, de que el deseo de ser importantes confunda nuestra realidad y nos tomemos demasiado en serio. Cabe establecer la diferencia entre la seriedad del servicio, para el cual no existe la derrota, y tomar en serio las exigencias de importancia que pretende imbuirnos nuestro egocentrismo, ese pegote que todo lo empaña y todo lo confunde. Esta reflexión se origina en la experiencia vivida en aquellos tiempos: después del aniversario, el presidente de nuestro “comité organizador” se fue del grupo, al igual que el presidente de nuestra Mesa de Servidores, por cierto un auténtico “paracaidista” de nuestra conciencia grupal.
El primer grupo donde se inició el Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos fue el Grupo Condesa, hoy Matriz. Su antecedente inmediato fue la terapia que se practicaba en los maratones del Grupo Hamburgo. Efectivamente, de la conciencia de este grupo tradicional, de los compañeros que incluso lo habían iniciado, seis de ellos fueron conducto para en junio de 1975 iniciar el Grupo 24 Horas Condesa.
La romántica evocación de la primera junta, con sillas prestadas, luz robada y el afán de convocar una apertura con los grupos de A.A. existentes en esas fechas, ofreciendo la coordinación a un viejo militante de aquella época, no es sino el inicio de una serie de experiencias que fueron definiendo, en sus inicios, los perfiles de nuestro Movimiento.
La etapa infantil, ese período de guerrillas constantes, luchas en la estéril búsqueda de prestigio que algunas veces de manera inconsciente, por nuestra falta de recuperación, perseguimos a través de nuestra militancia en la antesala de la derrota, estadio en el que de manera individual o colectiva se puede permanecer durante muchas 24 horas, años en ocasiones, sin fijar con claridad el sentido de nuestra vida y consecuentemente de la vida de los grupos, etapa en que individualmente vivimos la recuperación verbalista tratando de proyectar ante nuestros ojos y ante los ojos de la conciencia de nuestro grupo la imagen de “recio” que revalide ese profundo y frustrante sentimiento de debilidad que percibimos desde nuestra primeras etapas de vida y que ocultamos de todas formas y maneras en nuestra actividad alcohólica. En esta ilusoria fortaleza, convertidos en censores de nuestro grupo, nos enfrascamos en miles de batallas, recreándonos en nuestra nueva versión de “recuperados”.
Éste era el panorama emocional en esos eufóricos primeros meses en que comenzaron a llegar muchos candidatos a nuestro naciente Grupo 24 Horas. Al tiempo, solamente los que quedan forman la historia del día de hoy. Los que se fueron, como los que se van, son rostros y nombres que se pierden en la dinámica del grupo, que se reemplazan, se sustituyen en proporciones infinitas en esa constante evolución que es nuestra recuperación personal y grupal. Sin embargo, cada uno de aquellos que por aquel entonces militaban con nosotros imprimió su sello personal y humano a la conformación de lo que somos el día de hoy. Buena o mala, cada uno ha hecho su aportación. Las experiencias de todos, hasta de aquellos que se van a beber, van consolidando la vida de nuestro mundo en A.A.
Cuando mi madre me rescató y me trajo a casa, todo el día y el siguiente estuve recluido en cama, dándome cuenta de que en realidad no podía beber normalmente, que era un enfermo alcohólico y que seguiría siéndolo el resto de mi vida. Imploré a mi Dios fervorosamente que me indicara el camino a seguir. Poco rato después, me levanté para ir a beber agua y al fijarme en el almanaque vi que era martes y en seguida pensé en la reunión que celebraba esa noche Alcohólicos Anónimos. El resto de ese día las letras de A.A. aparecían como dos símbolos de salvación en mi mente y hasta me parecía oír que alguien las hacía sonar como dos campanadas junto a mi lecho, y sentía que mi espíritu revivía con un entusiasmo y anhelo de renovación que nunca había experimentado.
Esa noche, temprano, fui adonde celebraba sus reuniones el grupo de A.A. En esa reunión memorable para mí, por primera vez me di cuenta del problema tan grande que tenía con la bebida. Me convencí de que era un enfermo y que mi salvación estaba en Alcohólicos Anónimos, que tan gratuitamente me ofrecía el medio eficaz para contrarrestar el insidioso padecimiento alcohólico. Vi entonces con claridad meridiana lo que por año y medio no había podido comprender, debido a que mi mente no había sido lo suficientemente receptiva: la necesidad que tenía de dar con sinceridad y sin ninguna reserva el primer paso del programa de recuperación. Esa noche mi admisión fue incondicional. Acepté que soy impotente contra el alcohol y que mi vida se había tornado ingobernable, y me dispuse a seguir con humildad y entusiasmo, en su cronología y secuencia, los otros once pasos del programa recuperativo.
Muchas han sido las bendiciones recibidas desde que A.A. me franqueara la puerta que conduce a una nueva forma de vida. He alcanzado una existencia relativamente feliz, sujetándome al plan de 24 horas. Mediante la meditación y la oración, hasta el día de hoy he ido acercándome más y más a mi Poder Superior, que llamo Dios, y cuantas veces siento desasosiego le elevo la oración de A.A., para que me conceda en todo momento la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y la sabiduría necesaria para conocer la diferencia.
A partir de ahí mi vida fue un desastre. De vez en cuando desempeñaba pequeños trabajos “extras”, lo que fuese, con tal de conseguir dinero para beber. Mis parientes escribieron a mi madre para que me mandara el pasaje de retorno porque no podían bregar ya conmigo.Llegué a casa derrotado. Mis sueños rodaron hechos añicos y sólo me quedaba remordimiento, desconsuelo y frustración. Mi nuevo empleo se prestaba para beber a mis anchas, y llegó precisamente cuando mi obsesión alcohólica tocaba su punto culminante. Bebía todos los días, ausentándome del hogar frecuentemente. Mi madre me buscaba por calles y bares. Llegaba a casa completamente borracho sin poder apenas subir la escalera.
Ante esa pavorosa situación, mi madre me hospitalizó. El día en que se me dio de alta, recibí la visita de una señora que me habló de Alcohólicos Anónimos y me invitó a una reunión, a la cual acudí. Me interesó la idea, pero estaba lleno de complejos y reservas. Dada mi edad, todavía no quería resignarme a la derrota. Pensaba que podría beber moderadamente. Esas reservas me llevaron a beber otra vez y fui despedido de mi empleo. Tal fracaso sirvió de pretexto para entregarme a una continua borrachera. Cuando fui a buscar mi último cheque, invité a un amigo y compré bebida. Le dije que me esperara en el bar mientras iba a llevar a mi madre algún dinero. Al verme me imploró que no continuase bebiendo, que estaba destruyendo mi vida y amargando la de ella. Pero, como alcohólico derrotado al fin, no hice caso. Regresé a la taberna y no volví al hogar hasta que no me sentí totalmente borracho, exhausto y seminconsciente.
Desesperada, mi madre recurrió a la ayuda de la religión. Mi situación era horrible, pues estaba al borde del delirium tremens. Fuimos a un servicio religioso donde me aconsejaron y tocaron a las puertas de mi corazón, despertando fibras sentimentales que hasta entonces habían estado durmientes. Valiéndome de la ayuda religiosa, permanecí en la abstinencia alrededor de diez meses (un auténtico récord para mí); sin embargo, todavía albergaba la esperanza de que después de recuperarme física, moral y espiritualmente, podría beber con control como otras personas lo hacían.
Durante esos meses de sobriedad estuve en algunas reuniones de A.A., pero siempre con la reserva mental de que en un futuro no lejano podría convertirme en un bebedor moderado. Hasta que llegó el día en que me dispuse a hacer la prueba, que resultó la debacle. De pronto me encontraba en las mismas condiciones calamitosas, físicas y mentales, en que estuviera un año atrás. Durante cinco o seis meses estuve zozobrando en el maremágnum del alcohol.
Cada persona que se acerca a un Grupo 24 Horas de A.A. para intentar dejar de beber es siempre un motivo de alegría para todos y cada uno de nosotros, independientemente del tiempo que cada quien tenga viviendo su recuperación personal. El nuevo, ese enfermo alcohólico que inseguro y muchas veces tembloroso (otras, con desplantes retadores, por su temor e inseguridad) llega a nuestras puertas pidiendo ayuda, en ocasiones una ayuda que incluso cree que no va a recibir, constituye una inyección de “sangre renovadora” para el grupo, una excelente ocasión para cada uno de nosotros de “dar lo que tan bondadosamente hemos recibido”, la oportunidad única y difícilmente reeemplazable de dejar de beber por las 24 horas del día de hoy al intentar ayudar a otro enfermo alcohólico a dejar de beber, base del programa de Alcohólicos Anónimos.
Posiblemente sea el cuidado y la atención a ese nuevo la herramienta más efectiva para superar la obsesión por beber o las crisis en nuestra estabilidad emocional. En primer lugar, nos permite limar una parte importante de nuestro egoísmo descoyuntado para dedicar un poco de tiempo y esfuerzo a la persona que se acerca sufriendo y sumido en la desesperación y la desesperanza.
Además, nos permite recordar las condiciones tan lamentables y de tan profundo autoengaño en que cada uno, con el corazón en la mano y el sufrimiento en los ojos, se acercó a un Grupo 24 Horas. Y cuando una de las características de la enfermedad del alcoholismo es el intenso autoengaño, cuando la defensa más típica de esta cruel enfermedad es el olvido del sufrimiento padecido y la visión distorsionada de la realidad que cada quien ha vivido, qué mejor remedio que enfrentar esa realidad en la de otro enfermo alcohólico, para quien posiblemente su única oportunidad de salvar la vida sea que encuentre el puente de compresión con los enfermos alcohólicos que le recibirán, le brindarán la bienvenida o le acompañarán en sus primeras horas de recuperación.
Desde el principio, la bebida interfirió en mi vida personal y laboral. Según hoy puedo percatarme, pasé enseguida la línea imaginaria que separa el bebedor fuerte del bebedor alérgico y el compulsivo alcohólico. Mis borracheras se prolongaban aun después del fin de semana, teniendo que beber muchas veces durante los días laborables, debido a la sed irresistible por el alcohol que me devoraba.
Me propuse arreglar mi vida. A pesar de esta resolución de ajustarme a una vida moderada, pronto volví a las andanzas bebiendo descontroladamente. Me daba perfecta cuenta de que era un hombre derrotado; de manera que decidí renunciar a mi empleo, pensando que un cambio de ambiente me sería favorable, y embarqué. Me tocó de compañero un antiguo compañero de parranda que guardaba en su camarote varias botellas. Aunque temeroso, acepté la primera copa, que como de costumbre fue el preludio de una gran borrachera para ambos durante la travesía. Me acostaba borracho, me levantaba borracho y pasaba el día borracho. No sé ni cómo ni cuándo llegamos a destino. ¡Y eso a pesar de los propósitos de enmendar mi vida y ser un hombre distinto en el nuevo ambiente! Otra vez, resolución de enmienda.
Por algunos días las cosas marchaban según me había prometido; pero a los parientes se les ocurrió celebrar una fiesta para festejar mi llegada. Y ahí fue Troya. Pillé una borrachera descomunal. Al día siguiente, bajo los efectos torturantes de la terrible resaca, me invitaron a un parque de atracciones. Pensé que me iba a ayudar. A instancias suyas monté en la montaña rusa, vertiginosa, escalofriante… Al bajar, mis piernas temblaban y mi garganta se me apretujaba como si algo la anudase. Estaba loco por una buena copa para calmarme y fui rápido a un bar. En vez de una pedí dos, y grandes, que no tardaron en serenarme.
El castigo que estaba recibiendo de su majestad el alcohol era ya demasiado y con la mayor formalidad puse en práctica, después de este incidente, mi gran propósito de enmienda en el nuevo ambiente. Esta vez por lo menos me enderecé un poco, y durante tres meses me mantuve en total abstinencia.
Pero cuando más seguro de mí mismo me creía tuve un nuevo coqueteo con la bebida, en otra fiesta. Después de vencer varias tentaciones, se me acercaron unos amigos para mirar cómo nevaba. Al percatarse de que no bebía, con pícara seriedad me aseguraron que debía tomar whisky para no pescar una pulmonía. Eso bastó. Rápido, con tan plausible excusa, apuré una enorme copa, y luego otra, y otra. Al poco rato era el más alborotador y naturalmente el más borracho. Al día siguiente continué bebiendo durante todo el día, y proseguí la borrachera viernes, sábado y domingo. El lunes amanecí enfermo. Cuando volví al trabajo ya había otro en mi puesto. Me habían despedido.
“Antes de empezar, le pedimos a Dios que dirija nuestro pensamiento, pidiendo especialmente que esté disociado de motivos de autoconmiseración, falta de honradez y egoísmo” (Alcohólicos Anónimos, Alcohólicos Anónimos).
Esta oración, cuando es sincera, me enseña a ser verdaderamente generoso y humilde, porque aun al realizar buenas acciones, a menudo examino mis motivos en todo lo que hago, puedo ser servicial a Dios, tal como lo concibo, y a otros, ayudándoles a realizar lo que ellos desean hacer. Muchas preocupaciones innecesarias son eliminadas cuando dejo a Dios a cargo de mis pensamientos y creo que me guía durante el transcurso del día. Cuando, tan pronto como entren en mi mente, elimino los sentimientos de autoconmiseración, deshonestidad y egocentrismo, encuentro paz con Dios, con mis semejantes y conmigo mismo.
En el seno de un Grupo 24 Horas comenzamos a escuchar la exposición al desnudo de este tipo de relaciones, con su consecuente problemática, y también a vivir los primeros conflictos del crecimiento. Como quiera que sea, nuestra compañera o compañero comienza a ver que algo raro acontece en la personalidad de su consorte, que hasta una nueva jerga idiomática es introducida en casa: “Así es”, “Por algo es”, etcétera.
Seguramente nuestros seres queridos desearon en muchas ocasiones que dejáramos de beber para dedicar nuestro tiempo y esfuerzo a rendir pleitesía a la “reina del hogar” o bien para vivir postradas de hinojos adorando al “rey de la creación”, el compañerito. Toda esta ilusión comenzará a desvanecerse cuando el enfermo alcohólico empieza a concientizar en primer término su necesidad de militancia, a padecer las obsesiones, o bien los efectos de la terapia y la recuperación, cuando actuando de la mejor buena voluntad evita la permanencia en el hogar, para no continuar dañando.
Las experiencias han demostrado toda una gama de reacciones y temores en torno al enfermo alcohólico. La mayor parte de estos problemas son trascendidos sin dificultad una vez que se haya tomado conciencia de ellos y se hayan objetivizado y trabajado con honestidad. En aquellos otros casos de dependencias graves, su concientización será lenta, hasta dolorosa. Los socios familiares del enfermo alcohólico tendrán que crecer, o cargar la recuperación de su enfermo; algunos pensarán incluso que de acuerdo con las nuevas condiciones no vale la pena la sociedad. De hecho, aun en las relaciones menos enfermas, debemos reconocer que nuestros “vínculos matrimoniales” fueron desde su inicio una batalla para lograr la hegemonía, o bien una supeditación total.
Este panorama presenta sus variantes. El alcohólico con profundos sentimientos de culpa, con mil temores a flor de piel, siente la necesidad de más protección de la que la mamá-esposa puede ofrecerle, y trata de buscarla en sus propios hijos, caso equiparable a los polluelos recién nacidos que se hacinan bajo el calor de mamá-gallina.
En algunos casos, de esta relación dependiente se generan resentimientos hacia la compañera, que se manifiestan cuando el alcohol rompe las barreras inhibitorias de temor e inseguridad, y aparece en todo su esplendor “el macho”, para al día siguiente llorar, por fuera o por dentro de acuerdo a la magnitud de su egocentrismo: “Perdón, vida de mi vida”.
El alcohólico dependiente tiende a estar encima de la montaña o debajo de ella. Impide en algunos casos el crecimiento normal de sus seres queridos, y no es raro que la madre-esposa del alcohólico sea también víctima del infantilismo, y el matrimonio se convierta en un juego infantil, remedo de “las comiditas”. Cuando esto sucede, no existe conciencia de las partes. En una sociedad de niños, todo es capricho y emoción, todo es “Yo te manipulo” y “Tú me manipulas”, “Yo te cubro” y “Tú me cubres”.
Nuestra tendencia a depender, a exigir seguridad, nos impelió a “buscar” una compañera o compañero protector, es decir, tal como se maneja a nivel catarsis, una madre o un padre, alguien que nos protegiera, en el más amplio de los sentidos. Esta exigencia infantil aparece disfrazada como una justa demanda de comprensión; alguien que nos alcahueteara nuestras borracheras, que no armara mucha bronca, que enfrentara los pequeños problemas que no deseábamos encarar, incluyendo responsabilidades hogareñas, el cuidado de los hijos, etc., ya que nuestro “nivel de importancia” y nuestro “nivel de hombría” camuflaban el temor a nuestra realidad.
No sabíamos cómo ser padres. De hecho, ningún niño sabe cómo serlo. Lo único que nos gustaba en este caso era jugar el “papel”, darnos importancia, decir cómo es, transmitiendo a este acto nuestros temores, frustraciones, resentimientos, etc. Intentamos hacer de nuestros hijos aquello que no somos y, en casos graves de autoengaño, aquello que creemos ser.
En estas condiciones de inmadurez total, no es difícil generar conflictos continuos en nuestros menores, ponernos a su nivel emocional. El “dulce hogar” transformado en el campo de batalla de nuestros instintos.
Había decidido esta vez no intentar hacerlo a mi manera. No trataría de creerme dios. Por fin había aprendido a escuchar y aceptar el consejo de aquéllos con quienes tenía un problema en común La amarga experiencia del pasado me había enseñado lo inútil que era ser capitán de mi destino, embarcarme en ese viaje egoísta, engreído y falso. Lo había intentado muchas veces y siempre había fracasado, y cada fracaso había sido peor que el anterior. Había perdido y abandonado buenos trabajos, había perdido a dos esposas y a tres preciosos hijos, dos casas, un negocio y mi carácter. Había terminado en hospitales, psiquiátricos y prisiones, en condiciones cada vez peores. Ahora sabía por qué estas cosas me habían sucedido a mí. Ya no podía decir: “¡Ay de mí!” o “¿Por qué a mí?” Había llegado a estar dispuesto a escuchar, a responder de forma positiva y constructiva, a mantenerme con la mente abierta.
Desde que fui puesto en libertad, no todo han sido días de miel y rosas. He tenido mis altibajos, mis problemas que enfrentar. Por medio del programa de Alcohólicos Anónimos, me era posible aceptar esos contratiempos sin inquietud o lástima de mí mismo. El hecho de que las cosas no se han desenvuelto tan fluidamente como me hubiera gustado no me ha desequilibrado. Acepto lo que venga; entre este día y los del bebedor medía un gran abismo.
Mi mujer y yo nos hemos instalado felizmente unidos en nuestra nueva vida, y ella está muy agradecida a A.A. por lo que me ha dado. Asisto regularmente a las reuniones y tengo muchos buenos amigos, y trato de llevar el mensaje que me transmitieron a mí.
Lo asombroso es que los problemas que surgen no me abruman. Puedo ser responsable y enfrentarme con los problemas. Puedo reconocer mis fallos y mis defectos, y cuando amenazan estorbarme puedo hacer un esfuerzo para cambiarlos. Tengo que practicar el programa cada día y a toda hora. Al darme cuenta de que estoy pensando como mi antiguo yo solía hacerlo, tengo que cortar y reemplazar la vieja forma de pensar por el pensar honesto y positivo de A.A. Esto da resultados, un día a la vez.
Ya ni siquiera deseo beberme una copa. Ahora la vida es diferente; tiene un objetivo. Vivir es practicar el programa de A.A., asistir a las reuniones, madurar y aprender a deshacerme del hábito loco de acabar en prisiones y psiquiátricos. La decisión de cambiar fue mía, y hoy nos toca a nosotros tomar esa decisión.
Eran las 7 de la mañana. No vestía uniforme sino mi ropa de calle, que no me había puesto desde hacía mucho tiempo. Asomándome por la ventana de la prisión, veía el paisaje demasiado familiar del recinto carcelario. Había llegado la hora de salir en libertad. A diferencia de muchos que han conocido este premio emocional, yo sabía a dónde iba, el destino de la senda por la que iría andando, lo que el futuro me tenía reservado. Todo estaba en buenas manos, porque durante los últimos dos años había sido miembro de Alcohólicos Anónimos. Porque soy alcohólico.
Fui puesto en libertad con otros cuatro presos. Una vez en el tren, nos instalamos en un departamento para disfrutar del puro éxtasis de nuestra nueva libertad. Alrededor de las 10, las tres cuartas partes del grupo se fueron sin rodeos al coche comedor donde había un bar. Al poco rato volvieron cargados de bebida. Habían logrado su meta. Durante su encarcelamiento, esto había sido su sueño dorado. Cuando el tren llegó a su destino, bajaron tres ex convictos borrachos, poco civilizados, listos para llevarse el mundo por delante. Eran los campeones. Eran los directores gerentes del universo. Eran libres, y completamente irracionales e irresponsables.
Todo esto lo observé en silencio, pero con un sentimiento de tristeza. Esto, me dije a mí mismo, era la razón por la cual tantos de nosotros estaban destinados a volver a la prisión al cabo de un tiempo. Esto era lo que yo había hecho en otras ocasiones al verme puesto en libertad. Pero esta vez no. Por fin había encontrado un medio para cambiar aquella locura, para hacerme adulto. Lentamente, pero con seguridad, experimentaba la transformación que ocurre en A.A., la transformación necesaria que los alcohólicos debemos experimentar si esperamos llevar una vida normal.
Era libre, pero únicamente en el sentido de haber sido puesto en libertad. La verdadera liberación la conocí mucho tiempo atrás, todavía encerrado en una celda. En ese momento me vino a la mente un par de líneas de una antigua poesía que por primera vez pude apreciar en su justo valor: “Los muros de piedra no hacen una prisión / ni las rejas de hierro una jaula”. Me di cuenta de lo cierto que esto era para mí. El alcohólico es prisionero del alcoholismo, encerrado en su propio infierno.
«El alcoholismo es una enfermedad incurable, progresiva y mortal. Es importante que sepas que si bebes no eres culpable por ello, es que tienes una enfermedad y que puedes pedir ayuda». Así hablan Luis I.F. y Jesús P. B., dos personas que han estado al límite y que han logrado rehacer sus vidas. Llegan desde Galicia para crear en Vitoria el primer Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos del País Vasco. Se trata de «una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanzas de poder resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo». El único requisito es querer dejar la bebida. El grupo se sostiene con las contribuciones de sus miembros, no cobran cuotas ni honorarios.
Se trata de una comunidad de ayuda mutua que nació en México y que se ha extendido por el mundo. En España existen ya nueve grupos con el de Vitoria. Este tiene su sede en un local de la calle Burgos y un telefóno de contacto, el 945 033 206, que atienden las 24 horas del día tres personas. «Da igual la hora que sea, le escuchamos y les decimos ven aquí ahora».
A Jesús P.B. no le importa contar que estuvo a punto de morir por el alcohol. Empezó a beber con 16 años y a los 32 no tenía nada. «Mendigaba a la puerta de los centros comerciales para poder seguir bebiendo. No comía, tenía lagunas, delirios… Estuve ingresado varias veces por ataques etílicos. Estaba en un agujero sin salida», recuerda. Se había enfrentado a la polícía en alguna ocasión lo que le valió un juicio por faltas del que salió con una condena de trabajos por la comunidad. Es cuando contactó con el grupo 24 horas de A Coruña. «Fue muy importante. Me cuidaron, me entendieron, me dejaron un sitio donde estar, por primera vez tuve ganas de dejar de beber y eso que ellos sólo me decían que probara a dejarlo un día. Es una escuela de vida. Yo sigo diciendo que lo he dejado sólo por hoy».
Luis I. F. también sufrió los rigores del alcoholismo, durante menos tiempo, pero de manera también límite. Se dejó en el camino una familia y una casa pero se siente agradecido por esta segunda oportunidad. «Un alcohólico está muerto en vida y nosotros tenemos el privilegio de vivir dos vidas», sostiene. Explica así por qué a su comunidad la llaman «fuente de la vida».
El alcoholismo es un síntoma de múltiples problemas mentales. La inseguridad, los miedos, los traumas, la tristeza, la timidez… Todo eso está detras del impulso irrefrenable e incontrolable de beber. «Yo necesitaba beber hasta para salir a la calle», dice Luis. Esos problemas siguen ahí aun cuando uno cosigue estar meses sobrio, pero con la ayuda del grupo y de una personas que te diga de la manera más cruda que puede que lo que espera al final no es más que un mundo de destrucción se puede lograr seguir abstemio «un día más».
No cuentan los días que llevan sin probar el alcohol, sólo miran que van a estar otra jornada más sin él. Y luchan también contra el estigma. «Si una persona tiene un cáncer todo el mundo le arropa y le pregunta qué tal, pero el alcohólico, que también está enfermo, estorba, daña con su sola presencia. La gente aún piensa que bebe porque quiere y eso no es así».
Hoy por hoy, Jesús y Luis están en forma. Ayudan a otros, dan charlas en institutos y acuden a medios de comunicación a sensibilizar. El grupo de Alcohólicos Anónimos 24 Horas está abierto a hombres y mujeres adultos pero también a los jóvenes. La decisión es sólo de ellos, pero se ofrecen para orientar a los familiares.
Habíamos llegado a un Grupo 24 Horas pidiendo ayuda, posiblemente sin cumplir ni siquiera el mínimo requisito para pertenecer a esta “comunidad de hombres y mujeres”: no teníamos “el mínimo deseo de dejar de beber”. Porque la mayoría, sí, llegábamos dulcemente razonables, a las gradas de la locura y de la muerte, desesperados y desesperanzados, pero realmente no queríamos abandonar el único bálsamo capaz de anestesiar, aunque de forma efímera y a un precio elevadísimo, el sufrimiento que nos embargaba. Intuíamos que el alcohol era parte del problema, pero sin una conciencia clara de la necesidad imperiosa de dejar de beber.
Los compañeros que nos recibieron, enfermos alcohólicos al igual que nosotros, nos enfrentaron de forma concisa y firme a dos grandes verdades: la única esperanza de una vida razonablemente útil y feliz, diferente a la miseria que arrastrábamos, pasaba por la abstinencia total; pero ésta, basándose en su propia experiencia, era imposible por nuestros propios medios. No existía otra solución: ni ciencia médica, ni religión, ni fuerza de voluntad, ni siquiera la ayuda de nuestro entorno, nadie podía ayudarnos en la solución a nuestro problema. No había salida. Nos mostraron que solamente la práctica activa y honesta de un sencillo programa de doce pasos y doce tradiciones, sugeridos, podía ayudarnos. Únicamente la auténtica derrota nos brindaba una oportunidad de abandonar el infierno en que, sin percibirlo de manera consciente, nos encontrábamos.
“Freddi R. solía gastar 600 dólares en metanfetamina cada semana, una suma considerable para un modesto trabajador del campo. Sin embargo, esa cifra es minúscula comparada con todo lo que tuvo que pagar debido a su crónica adicción.
A pesar del extremo derrumbe personal, Freddi y su novia continuaron drogándose con metanfetamina. El único objetivo de la pareja era saber cuándo sería la próxima dosis, su escape al infinito. Pero, eventualmente, ella lo abandonó.
El cuidado a la persona que se acerca se inicia desde la información, sea ésta telefónica o personal. Debe entenderse que información NO significa curación, que aquélla debe encauzarse de manera sencilla, a fin de que el que la recibe sienta confianza y tenga la oportunidad de concientizar algo de lo que se le está transmitiendo.
En la sala de juntas el nuevo debe tener las elementales atenciones que requerimos para sentirnos a gusto, fundamentalmente la comunicación discreta, sin que se le abrume al grado de asustarlo, sin que se le mime en exceso al grado de empalagarlo, una comunicación franca, viril. Es importante que si desea irse se le invite a otra junta, a regresar en caso de que se vaya, etc.
En su militancia inicial, deberá tener la libertad para escoger a su padrino, actuando siempre de buena voluntad para brindarle toda la orientación a fin de que pueda realizar su elección. Los acaparadores de ahijados necesitan apadrinaje y no apadrinar.
El nuevo que decide permanecer en el anexa estará bajo el cuidado únicamente del responsable del anexo. El apadrinaje del anexado no debe interferir con la responsabilidad del encargado. Y aquí debemos recordar que en el anexo sí hay normas, para hacer posible la permanencia y convivencia.
Es importante, que en una junta los nuevos tengan la oportunidad de pasar a la tribuna, pero también los militantes de tiempo, porque el intercambio de experiencias de los que van llegando, de los de medio tiempo y de los veteranos nutre y alumbra la conciencia grupal y nuestra militancia.
A los que tuvimos la fortuna de formar parte de las primeras generaciones del Grupo 24 Horas Matriz (Condesa), recordar con gratitud estos momentos nos llena del vigor que produce este sentimiento, incrementando la fe en nuestro programa y en la justicia y bondad del mundo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos.
¿Cómo no agradecer el tiempo que nos dispensaron aquellos que nos recibieron? ¿Cómo no agradecerles que jamás se abusó de nosotros, tal vez porque sabían que llegábamos llenos de desconfianza, de temores, y resentidos contra quienes, de alguna manera, nos habían hecho víctimas en el mundo de afuera de nuestra descompensación, e incluso porque tal vez nunca supimos decir que no?
¿Cómo no considerar criminal al padrino que recibe prebendas económicas o préstamos de su ahijado, cuando éste todavía no tiene idea de qué es Alcohólicos Anónimos? ¿Cómo no rebelarse frente al que abusa de su ahijado, obligándole a prestar servicios personales, cuando es nuevo? Estas significativas situaciones jamás acontecieron en los inicios del Grupo 24 Horas de A.A. El nuevo tenía el derecho de balconear cualquier actitud en tal sentido, de cualquier compañero de más tiempo.
Las personas más importantes en un Grupo 24 Horas de A.A. son los “nuevos”, aquéllos que llegan por información o que están iniciando su proceso de recuperación con nosotros. Si nuestros grupos no se renovaran continuamente, la conciencia grupal se estatizaría, se momificaría, y como las plantas tendería a secarse, es decir, moriría. Aun cuando en estas condiciones no se cerrara el grupo, la inanición iría contaminando la atmósfera, haría falta oxígeno, decaerían los ánimos y el espíritu de Alcohólicos Anónimos moriría, y sus integrantes, auténticos cadáveres vivientes, esperarían su fin.
El movimiento de vida que aporta el nuevo significa una renovación interna de cada uno al escuchar su historial, su sufrimiento, su confusión. Identificarnos con él provoca que muy dentro de nosotros algo se renueve. Las juntas se revitalizan, se vivifican, renace el sentimiento de piedad, se disuelven, si estamos en disposición para ello, los dolores de nuestras mezquindades, las exigencias de nuestro “ego”; la conciencia grupal se rejuvenece, se llena de lozanía y ríe, sabiendo y sintiendo la nueva vida de un nuevo miembro.
Para aquellos que sentimos la necesidad de vivir a plenitud, es importante mantener viva la conciencia de lo que esto significa, y recordar la forma en que otros compañeros nos cuidaron y nos aportaron lo mejor de ellos mismos para salvar nuestra vida.
Ante esa crítica situación, comprendí que el alcohol me estaba aniquilando; en vano traté de librarme de aquella lucha desigual. No tenía la menor idea. Estaba en un hoyo. No sabía cómo salir. Había acabado con mi negocio y no me sentía con ánimo de visitar a la clientela, a pesar de que no tenían nada que reprocharme profesionalmente. Decidí regresar a mi país. Un doctor antes de partir me había recetado un elixir que contenía un gran porcentaje de alcohol. Cuando todos mis amigos me repetían: “No bebas”, un médico me daba una medicina precisamente a base de alcohol…
Al llegar a casa, y en vista de mi serio problema con la bebida, mis familiares me llevaron, medio bebido, a una reunión de Alcohólicos Anónimos. Hice muchas preguntas. Quería saber cuál era el negocio y dónde estaban los borrachos, porque allí no veía ninguno. Me dieron unos folletos y me dijeron que las puertas de A.A. estaban abiertas, que el día que cambiara de idea fuera a visitarles. Les di las gracias y les supliqué que perdonaran la molestia que les había causado con mis comentarios. Ya estaba para salir cuando me tropecé con alguien, sin beber pero con grandes temblores, y le pregunté: “¿Cómo te mantienes sobrio?”, a lo que respondió sereno y sentencioso: “¡Viendo a borrachos como tú!” Ése sí fue un disparo certero. No pude menos que reconocer que allí había algo.
La familia quería que pasara la noche en casa de mi esposa, a lo que me negué por motivos que desconocían. Fui al hotel y noté que mi caja de bebida había desaparecido. Vi que también me habían quitado el dinero, que no era mucho. Entonces pedí prestado algo. Aquella noche iba a decidir mi problema en un bar. Ésa era mi idea, pero no sé por qué cambié de pensamiento y me dije: “Voy a comer algo y tomar un café”. No había comido nada. Después de comer, un taxi me llevó al hotel. Antes de llegar, lo paré para comprar una cerveza, que llevé al hotel. La coloqué en la parte de fuera de la ventana para que no se calentase, mientras me quitaba el abrigo. Comencé a leer los folletos. A medida que leía las historias me decía: “¡Ese mismo soy yo! ¡Ése soy yo!”
No bebí aquella cerveza. Ésa fue la primera noche en mucho tiempo que dormí sin alcohol y sin temores. Al otro día no me sentía muy bien; no podía comer.Por la noche fui a A.A. Al entrar me dijeron: “¡Caramba, no le esperábamos tan pronto!” “Pues aquí me tienen. He leído los folletos y ahora sé que aquí hay algo importante para mí. Quiero saber cómo puedo conseguir eso que ya tienen ustedes. A eso vengo, a buscarlo”.
Desde esa noche estoy en A.A. No he tenido ninguna dificultad con el alcohol, excepto al comienzo. Han sido años verdaderamente gratos de sobriedad los que he disfrutado y sigo disfrutando en Alcohólicos Anónimos, por cada 24 horas.
Comencé a beber a los 16. Años más tarde ya era un bebedor fuerte. A los 43, me di perfecta cuenta de que tenía un problema con el alcohol: lo que hasta entonces había considerado un hábito se había trocado en una obsesión de tal índole que no podía pasármelas sin la bebida. Preocupado, acudí a dos psiquiatras de prestigio. El primero supo desentrañar lo que me ocurría, incluso me habló de Alcohólicos Anónimos, que había oído hablar de un grupo de hombres y mujeres que estaban haciendo algo eficaz para resolver su problema alcohólico y que si quería podía ponerme en contacto con ellos. Pero A.A. no me interesaba entonces. El otro acabó bebiendo conmigo.
Al ver que los médicos no podían ayudarme a controlar la bebida, pensé que tal vez un cambio de ambiente podría librarme de esa tenaz obsesión alcohólica. Sabía que estaba bebiendo exageradamente y no sabía a qué atribuirlo, si echarle la culpa a mi mujer, a mi socio o a lo que fuera. La verdad, no tenía respuestas. De manera que puse manos a la obra y me fui al extranjero. Después de mantenerme abstemio, contra toda lógica, durante una semana, repentinamente comencé a beber de nuevo, con tal ímpetu que a los tres meses de continuas borracheras fui a parar al hospital.
Poco después de salir del hospital, durante un tiempo no bebí tanto como antes, en parte debido a la disciplina a que estaba sujeto en el trabajo (para el ejército). Pero un día cogí una borrachera colosal. Me quedé en casa y me bebí no sé cuántas botellas, y antes de que me echaran presenté la renuncia porque sabía que si no me iban a despedir por ausencia injustificada.
Después de varios cambios de empresa, me di entonces a beber más y más, y así de bebedor periódico volví otra vez a la fase de bebedor diario. Poco a poco abandoné mi negocio de una manera lastimosa. Apenas iba la oficina y pasaba horas bebiendo, hasta que llegó el día en que francamente me avergonzaba que mis amigos me vieran siempre bebiendo. Algunos me preguntaban: “¿Cuál es el motivo?” “¡Si supiera el motivo se lo diría! ¡No sé! ¡No sé por qué bebo así!”
Fui de mal en peor hasta que comencé a frecuentar lugares mucho más pobres. Buscaba lugares humildes y allí pasaba la mañana bebiendo. Iba luego a dormir a casa un par de horas, para beber después el resto del día hasta las diez u once de la noche.
Uno de los integrantes de esta agrupación informó que se abrió este grupo, que da servicio 24 horas, debido a la necesidad de la sociedad, pues cada día se incrementan los casos de alcoholismo en hombres y mujeres.
Alcohólicos Anónimos se mantiene con las aportaciones económicas de quienes lo integran, además, entre todos pagan los servicios; de igual manera, las necesidades de quienes permanecen en el lugar son solventadas con la colaboración de la familia, ya que no recibe apoyos de ninguna institución.
Hay 19 hombres y una mujer en un centro de atención que está abierto todo el día y de forma periódica se realizan juntas públicas a las que pueden asistir no solo personas que consideren que el alcohol está haciendo daño a sus cuerpos y sus familias, también sus familiares.
Durante once años, no tuve un día sobrio, excepto hospitalizado o bajo tratamiento. Recé muchas veces, pero eso no me conducía hacia Dios. Un día cometí el error de mezclar licor con medicina. Mi esposa creyó que estaba muerto. Los latidos de mi corazón y el pulso se apagaban cuando llegó el doctor. A pesar de eso, tras dos semanas en el hospital y ocho más de abstinencia continuada, estaba otra vez bebiendo. En dos meses, quería morir y no podía.
Mi hermana había conocido a un A.A. y acepté ponerme en contracto con un miembro de A.A. en mi ciudad. Hubiera apostado diez a nada que era una falsa alarma, pero fui. Me prestó el libro Alcohólicos Anónimos y me aconsejó que tratara de leerlo con mente despejada y que nos viéramos el jueves para asistir a una reunión de A.A.
Le dije a mi esposa que nunca había hablado con una persona que pareciera comprender mi problema tan bien como él. Por la noche fui al cuarto de baño, adonde escondía la bebida y me eché un trago de una botella de tres cuartos recién comprada. Ya estaba listo para leer el libro. Tras una hora de lectura, me levanté en automático para beber de nuevo. Pero me detuve, recordando que había prometido leer con mente clara. Pospuse la bebida y proseguí. Al llegar al capítulo “Nosotros los agnósticos” leí: “No necesitamos hacernos más que una corta pregunta: ¿Creo ahora, o al menos estoy listo a creer, que existe un Poder Superior a mí mismo?” Eso me impresionó mucho.
De cualquier manera fui al cuarto de baño para beber antes de acostarme, como todas las noches durante años. Cuando alargué la mano hacia la botella, se me ocurrió pensar que “quizás” si pedía a Dios un poco de ayuda, El podría oírme. Apagué la luz y por primera vez en mi vida hablé con toda honestidad y sinceridad: “Querido Dios, si quieres, escúchame. Soy, como sabes, un completo canalla para mi familia, mis amigos y para mí mismo. La bebida me ha apaleado hasta derribarme, y soy incapaz de hacer algo al respecto. Ahora, si quieres, dame una noche de descanso sin beber”.
Me fui a la cama. Lo siguiente fue ver que ya era hora de levantarme. Por primera vez en años no tenía sudores fríos ni temblores. Creí que me había levantado y bebido de madrugada. Pero no; la botella estaba ahí, tal como la había dejado la noche anterior. Me afeité sin necesidad de beber antes unos lingotazos de alcohol. Fui a la cocina y comenté a mi esposa este cambio y la nueva sensación que tenía. Hasta pude tomar un café sosteniendo la taza con una sola mano, en vez de vaciarlo en un tazón y sostenerlo con las dos. “Sí, Dios me está ayudando. De verdad espero que lo siga haciendo”. Mi esposa me aseguró que lo haría si yo trataba de ayudarme a mí mismo.
El jueves por la noche, me vi con el hombre de A.A., asistimos a mi primera reunión y encontré a las personas más excelentes y comprensivas que había conocido en mi vida. Han pasado muchos años, y puedo decir honestamente que nunca he estado siquiera cerca de sufrir una recaída y, con Dios como mi socio silencioso, estoy seguro de poder continuar así durante otras veinticuatro horas.
La realidad: Para formar parte de Alcohólicos Anónimos, el único requisito es querer ser miembros. No hay formulario que firmar. No hay cuotas que pagar. Se nos dice: “El único requisito para ser miembro de Alcohólicos Anónimos es el mínimo deseo de dejar la bebida”. Y se añade: “En A.A. nadie te dice ‘tienes que…”’ Nos dan sugerencias sobre cómo mantenernos sobrios, basadas en su propia experiencia. Son como un mapa de carreteras, nos indican cómo viajar hacia una nueva vida.
Los cimientos de estas organizaciones Guillermo y Macario del grupo Condesa, de la Ciudad de México, fueron los que dieron las primeras palabras de aliento a los invitados, quienes los felicitaron por esta lucha que han dado durante 29 años.
Durante más de tres horas se narraron historias de lucha y de sobrevivencia; las familias se mostraban contentas por los logros llevados a cabo en contra de esta batalla espiritual y emocional que cada integrante del grupo ha enfrentado consigo mismo.
Cando cheguei ao Grupo 24 Horas, só pensaba que era unha borracha, cousa que quixen tapar dende que me din conta de que tiña un problema cá bebida. Ser unha borracha era para min como ser a escoria da humanidade.
Esta idea de ser unha persoa bébeda estivo sempre na minha cabeza, sobre todo cando vía ao meu tio (outro borracho), ao que xulgaba e aínda dabame asco. Pouco maxinaba que tamén era un enfermo alcohólico. Eu viame diferente, daquela aínda non bebera, incluso acordo que a xente decíame: “Bebe algo, filla, que é o Nadal”. Ora ben, a min non me sabía.
Nembargantes, todo cambiou aos 21 anos. A vida sonreíame, coidaba eu, independente, todo o que non vivira ata entón, iba vivilo. Empezaron as saídas os sábados, os primeiros contactos co alcohol; descubrín que para unha persoa tan chea de complexos coma min, o alcohol dabame esa forza para facelo que quixera, sen medo a ser xulgada polos demais.
Pouco a pouco o contacto ca bebida foise facendo máis e máis grande, ata que a xente comenzou a decirme: cuidado, estaste a pasar. Pero para min era o normal, era xoven. Agora ben, eso era o que eu decía, mais a verdade e que xa me decataba de que algo non ía ben: empecei a beber as escondidas, as borracheiras comenzaron a ser xa diarias. Érame máis fácil o alcohol para olvidar os problemas: cunhas copas enriba, todo tiña solución.
Acabei sóa, sen ganas de nada; todo ao meu rededor derrubábase aos poucos. Intentei cambiar de cidade, por si ese era o problema, e nada: aos poucos, xa estaba outra vez na mesma situación, bebendo sen parar todolos días. Sí vía coma me estaba a destruir, pero era incapaz de deixar de beber. Cansa da vida que levaba, pensei turrar polo caminho fácil, beber ata “arrebentar”, algo que eu semellaba fácil pois xa non tiña ganas de vivir, só quería morrer. As veces pedíalle a Deus que me levara pero sen sufrir. E un día, nas últimas, alguén me dixo: Hai un sitio, Alcohólicos Anónimos.
Cando crucei as portas do Grupo 24 Horas de A.A., acordo que de todo o que escoitei o que me quedou grabado na cabeza foi: “Eres un privilexiado, podes vivir unha nova vida…” E así foi, esa promesa que me fixeron, estánma a cumplir: á parte de deixar de beber, regalaronme unha vida nova.
Cualquier aniversario de los que celebran los grupos 24 Horas en todo el mundo confirman de manera elocuente la aceptación del mensaje de Alcohólicos Anónimos a través del Movimiento Internacional 24 Horas de A.A. en todas partes, el respeto del público asistente, el entusiasmo y la unidad de nuestros compañeros, la hospitalidad y camaradería, etc. Esto es de gran importancia para nosotros, para nuestra recuperación, y para el objetivo de nuestra comunidad: “transmisión del mensaje y cambio de manera de ser, pensar y actuar”. Hasta hace poco tiempo, el enfermo alcohólico, incluso el militante de A.A., vivía estigmatizado por él mismo y por la sociedad.
El alcoholismo es un problema de salud, no de vergüenza. Esta verdad se manejaba de continuo en la terapia grupal de aquel entonces, pero no coincidía con muchas de las actitudes de la mayor parte de los alcohólicos anónimos, quienes, tal vez víctimas de su falta de recuperación, escondían en los rincones su vergonzante militancia; tiempos aquellos en los que apoyados en tradiciones orales, las más de las veces inventadas, fetichismos, torcidas interpretaciones de la literatura, se escatimaba y regateaba el tiempo, el dinero y el esfuerzo, fomentando la cicatería, la mediocridad, como manifestación del más primitivo de los egoísmos, síntoma de una personalidad enferma, estéril, y con total falta de capacidad para la integración y la convivencia comunitaria.
Obviamente, las celebraciones, si es que las había, se efectuaban en cada grupo, con la más reducida y conmiserada de las asistencias, so pretexto de ser humildes y no exhibicionistas, se rendía un raquítico y pobre testimonio de un alcohólico anónimo condenado a vegetar, huyendo de continuo de la luz y de su propia verdad.
Tiempos aquellos en que los compañeros de la calle, tan frecuentes y buenos militantes en nuestros grupos, se morían por la indiferencia de aquellos egoístas que en tono doctoral afirmaban que no había nada que hacer con ellos, y que A.A. no era asistencia pública; en que los compañeros que en la actualidad llegan a los grupos 24 Horas agobiados por los delirios, y que en un alto porcentaje tienen la oportunidad de salvar la vida, eran rechazados por la mayor parte de grupos existentes.
Por todo esto podemos apreciar y valorar el cambio que el Poder Superior, como cada quien lo conciba, ha permitido que se realice precisamente en nuestros grupos, en una manifestación plena de aceptación, de buena voluntad, que seguramente en las ocasiones en que logramos salir de la oscura cárcel de nuestro egoísmo y ensimismamiento podemos ver una dimensión de afecto en cuyo seno vale la pena vivir, perdonar y amar.
Cuando ingresé en un hospital psiquiátrico para un tratamiento intensivo, estaba convencida de que tenía una seria depresión mental. Quería ayuda y traté de cooperar. Al progresar el tratamiento, empecé a formarme una idea más clara de mí misma, y de ese temperamento que me había causado tantos problemas. Había sido hipersensible, tímida, idealista. Mi incapacidad para aceptar las duras realidades de la vida me había convertido en una escéptica desilusionada, revestida de una armadura que me protegía contra la incomprensión del mundo. Esa armadura se había convertido en los muros de una prisión, encerrándome en ella con mi miedo y mi soledad. Todo lo que me quedaba era una voluntad de hierro para vivir mi propia vida a pesar del mundo exterior. Y allí me encontraba: una mujer aterrorizada por dentro y desafiante por fuera, que necesitaba desesperadamente un apoyo para continuar.
El alcohol era ese apoyo, y no veía cómo podía vivir sin él. Cuando el doctor me decía que no debía beber nunca más, no pude permitirme creerle. Tenía que insistir en mis intentos por enderezarme, bebiendo las copas que necesitara, sin que se volvieran en mi contra. Además, ¿cómo podía entender? No era bebedor, no sabía lo que era necesitar una copa, ni lo que esa copa podía hacer por uno en un apuro. Quería vivir no en un desierto, sino en un mundo normal. Y mi idea de mundo normal era estar rodeada de gente que bebía; los abstemios no estaban incluidos. Estaba segura de que no podía estar con gente que bebía, sin beber. En esto tenía razón; no me sentía a gusto con ningún tipo de persona sin estar bebiendo. Nunca lo había estado.
Naturalmente, a pesar de mis buenas intenciones y de mi vida protegida tras de los muros del hospital, me emborraché varias veces y quedé asombrada, y muy trastornada. Fue en aquel momento cuando mi doctor me dio el libro Alcohólicos Anónimos para que lo leyera. Los primeros capítulos fueron una revelación para mí. ¡No era la única persona en el mundo que se sentía y comportaba de esa manera! No estaba loca, ni era una depravada; era una persona enferma.
Padecía una enfermedad real que tenía un nombre y unos síntomas, como la diabetes o el cáncer. ¡Y una enfermedad era algo respetable, no un estigma moral! Pero entonces encontré un obstáculo. No tragaba la religión y no me gustaba la mención de Dios o de cualquiera de las otras mayúsculas. Si aquélla era la salida, no era para mí. Yo era una intelectual y necesitaba una respuesta intelectual, no emocional. Así de claro se lo dije a mi doctor. Quería aprender a valerme por mí misma, no cambiar un apoyo por otro, y mucho menos por uno tan intangible y dudoso como aquél era. Así continué varias semanas, abriéndome camino a regañadientes a través del ofensivo libro y sintiéndome cada vez más desesperada.
Esa noche me puse muy borracha, lo cual era normal, pero recordé todo, lo que era muy extraño. Recordé haber mirado con ansia a la ventana como una solución más fácil, y me estremecía con el recuerdo de esa otra ventana, tres años antes, y los seis agonizantes meses en una sala de un hospital. Recordé cuando llenaba de ginebra la botella del agua oxigenada que guardaba en mi armario de medicinas, en caso de que mi hermana descubriera la que escondía debajo del colchón. Y recordé el pavoroso horror de aquella interminable noche en que dormí a ratos y me desperté goteando sudor frío y temblando con una total desesperación, para terminar bebiendo apresuradamente de mi botella y desmayándome de nuevo.“Estás loca, estás loca, estás loca”, martilleaba mi cerebro en cada rayo de conocimiento, para ahogar el estribillo con un trago.Todo siguió así hasta que dos meses más tarde aterricé en un hospital y empezó mi lucha por la vuelta a la normalidad. Había estado así durante más de un año.
Cuando miro hacia atrás y veo ese horrible último año de constante beber, me pregunto cómo pude sobrevivir tanto física como mentalmente. Había habido, naturalmente, periodos en los que existía una clara comprensión de lo que había llegado a ser, acompañada por recuerdos de lo que había sido, y de lo que había esperado ser. El contraste era bastante impresionante. Sentada en un bar, aceptando copas de cualquiera que las invitase, después de gastar lo poco que tenía; o sentada en casa sola, con el inevitable vaso en la mano, me ponía a recordar y, al hacerlo, bebía más de prisa, buscando caer rápidamente en el olvido. Era difícil reconciliar este horroroso presente con los simples hechos del pasado.
Nunca había sido privada de ningún deseo material. El año después de mi presentación en sociedad, me casé. Hasta aquel momento, todo iba bien, todo de acuerdo al plan indicado, como otros tantos miles. Entonces la historia empezó a ser la mía propia. Mi marido era alcohólico, yo sólo sentía desprecio por aquellos que no tenían para la bebida la misma asombrosa capacidad que yo, el resultado era inevitable. Mi divorcio coincidió con la bancarrota de mi padre, y me puse a trabajar, deshaciéndome de todo tipo de lealtades y responsabilidades hacia cualquiera que no fuera yo misma.
Buscando más libertad y emoción me fui a vivir a ultramar. Mi negocio tuvo éxito; hacía todo lo que quería, y sin embargo era cada vez más desgraciada. Obstinada, corría de placer en placer y encontraba que las compensaciones iban disminuyendo hasta desvanecerse. Las resacas empezaron a tener proporciones monstruosas, y el trago de por la mañana llegó a ser de urgente necesidad. Las lagunas mentales eran cada vez más frecuentes, y rara vez me acordaba de cómo había llegado a casa.
Cuando mis amigos insinuaban que estaba bebiendo demasiado, dejaban de ser mis amigos. Iba de grupo en grupo, de lugar en lugar, y seguía bebiendo. Con sigilosa insidia, la bebida había llegado a ser más importante que cualquier otra cosa. Ya no me proporcionaba placer, simplemente aliviaba el dolor; pero debía tenerla. Era amargamente infeliz. Sin duda había estado demasiado tiempo en el exilio; debía volver. Lo hice y, para sorpresa mía, mi problema empeoró.
“Francisco A. tiene 29 años y está luchando contra el alcoholismo, una enfermedad que recuerda que es «mental, incurable, progresiva y mortal». Aunque fue «muy difícil» fue él mismo que hace unos años se dio cuenta que tenía este problema con el alcohol, lo que le hizo alejarse de su entorno familiar y encerrarse en un mundo «irreal». «Llegué a estar muy deteriorado mentalmente hasta tal punto que llegué a la desesperación porque no sabía como vivir, incluso deseé la muerte», relata este joven de Elche, residente en Eivissa, que explica que cuando bebe es «como el doctor Jekyll y el Mister Hyde, me convierto en una persona diferente, en un monstruo». Asegura que fue «perdiendo todo» y cuando ya se veía en la calle pidió ayuda en el Movimiento 24 horas Alcohólicos Anónimos de Elche, donde le ofrecieron unas instalaciones donde dormir. «Si no hubiera entrado en el grupo, estaría posiblemente muerto», reconoce Francisco, que ahora ha creado el grupo Alcohólicos Anónimos Ibiza junto a dos compañeros con el objetivo de ayudar a aquellas personas que tengan problemas con el alcohol y que quieran dejar de beber, el único requisito para entrar.
El grupo abrió sus puertas el pasado mes de agosto y es el primero de Balears. Francisco explica que están abiertos «24 horas del día los 365 días del año» y que cuentan con unas instalaciones en Cala de Bou donde ofrecen comida y sitio para dormir. Los servicios son gratuitos y los mantienen con sus propias contribuciones. «No hay una cuota, cada uno aporta lo que puede», especifica Francisco, que detalla que desde que se pusieron en marcha han recibido bastantes llamadas para pedir información, aunque de momento nadie se ha unido al grupo, aparte de las tres personas que lo crearon. Según explica, ofrecen terapias de grupo donde cada uno explica sus experiencias, pero «no hacemos diagnóstico ni juzgamos a nadie». «Si son enfermos alcohólicos lo decidirá cada uno», recuerda este joven, que manda un mensaje a aquellas personas que sufren la misma enfermedad: «Les diría que el alcoholismo es un problema de salud y no de vergüenza y que se animen a llamar».
Francisco, que empezó a beber con 15 años, recuerda que para él también fue difícil pedir ayuda y reconocer que era un «enfermo alcohólico». Al principio pensaba que su problema era con las drogas, ya que consumía cocaína, pero cuando económicamente ya no podía comprarla, se dio cuenta que el problema era el alcohol. «Cuando tomo un sorbo de alcohol, hay una reacción en mí que no me deja parar de beber. Paraba porque no tenía dinero o porque mi cuerpo ya no aguantaba más alcohol».
Ahora reconoce que está «contento y satisfecho» de haber entrado en el movimiento porque se encuentra «mucho mejor que antes», aunque reconoce que es una enfermedad «incurable» y que es consciente de que tiene que estar «toda la vida» en contacto con el grupo para evitar volver a beber. En estos momentos, ha empezado a recuperar el contacto con su madre, sus hermanas, su expareja y su hija. «Algo que no tenía tiempo atrás».
Noticias de El Sol de la Laguna 28 de enero de 2016 Gómez Palacio, Durango. El Grupo Unidad, del Movimiento Internacional 24Horas de Alcohólicos Anónimos, llevará a cabo su junta pública de información al conmemorar el XXX aniversario de su fundación.
Los 45 miembros del grupo, hacen una atenta invitación a toda persona que tenga problemas con su manera de beber para que asista, así conocerá la manera y procedimiento que utilizan miles de personas para dejar el alcoholismo. En tal celebración despejarán sus dudas e inquietudes respecto a la efectividad de la terapia de Alcohólicos Anónimos, ya que a través de estar funcionando dicho grupo durante 30 años, muchas personas están y han logrado su rehabilitación.
Compartirán sus experiencias dando a conocer cómo le están haciendo para lograr su fundamental propósito, que es dejar la bebida, y como consecuencia la integración plena con la familia y medio que le rodea.
La invitación también es para las personas que no tienen problemas con el alcohol, pero que en casa tienen algún familiar que padece esta enfermedad, y se entere que existe una solución a su padecimiento, para que canalice al interesado al mencionado grupo. Asista, la entrada es gratuita. Mayores informes al teléfono 7148092.
Soy miembro de Alcohólicos Anónimos en prisión. Llamamos a nuestros miembros aquí los “de adentro”, y los que no están en prisión, “de afuera”. Para mí, estos términos tienen también otro significado: los dos aspectos de mí mismo, el “de adentro” y el “de afuera”. El “de afuera” es el externo, el obvio o aparente, lo que los demás ven y oyen. El “de adentro” es lo que nadie conoce sino yo: mis pensamientos, sentimientos, temores, frustraciones e inquietudes, y mis esperanzas, deseos, ambiciones, y mi fe. Estoy seguro de que se puede decir lo mismo respecto a todos nosotros.
No tengo intención de mencionar todas las penas y aventuras de mi carrera de bebedor. Creo que todo empezó muy joven. Supongo que era un alcohólico muy típico: extremadamente egoísta, con ambiciones perfeccionistas, sin capacidad para vivir a la altura de mis “normas”. Iba persiguiendo casi toda meta imaginable, en cuanto al trabajo (principalmente para financiarme la bebida) y respecto a mi costumbre de beber.
Un día desperté en prisión. Allí tuve mi primer contacto con A.A. y llegué a ver lo grave y degradante que mi problema con la bebida había llegado a ser. Empecé a asistir a las reuniones de A.A. debido a la frustración, por la curiosidad y porque los oficiales carcelarios enérgicamente lo recomendaban. De hecho, el juez, al sentenciarme, afirmó que lo hacía más para alejarme de la bebida y enderezar mi forma de pensar que para castigarme. Cualquiera que fuese mi motivo para asistir a las reuniones, pronto encontré algo con que mantenerme a flote. A ese hombre que se estaba ahogando, A.A. le representó un rayito de esperanza. Me metí activamente en los asuntos del grupo hasta ser puesto en libertad condicional.
Como abrazaba (según creía) mi sobriedad con sinceridad, y una disposición de mi libertad condicional era “no beber”, me mantuve en contacto con A.A. durante más o menos un año. Luego, según se reconstruían mi ego y orgullo, empecé a creer que no había sido en realidad un alcohólico desesperado: simplemente no sabía controlar o aligerar el paso cuando bebía. Para entonces, medraba en televisión y radio. ¿Quién imagina una estrella que no beba? Estaba convencido de que era esencial desde el punto de vista social y, sobre todo, importante para mi ego.
Así se resolvió la cuestión. Mantendría controlado mi consumo de alcohol. De alguna forma, me las arreglé para hacerlo durante casi cinco años. Volví a casarme, tuve un hijo y llegué a ser muy conocido, logros seguidos por otro divorcio, un trabajo perdido, y otra condena: uso ilegal de tarjetas de crédito.
El alcoholismo es una enfermedad progresiva. He llegado a darme cuenta de que A.A. nos ofrece una recuperación progresiva, si realmente la deseamos. Yo sí la deseo. Se ha convertido en el aspecto más importante de mi vida, ahora y en el futuro. Actualmente, por primera vez, estoy realmente “dentro” del programa de A.A., espiritual, mental y moralmente. “Despertar espiritual” sería una descripción inadecuada de mi renovada relación y comunicación con Dios, como lo concibo. No lamento tardar tanto tiempo en encontrar el camino; simplemente doy gracias cada día a Dios por haberlo encontrado.
Según pasar los días en A.A., le pido a Dios, tal como lo concibo, que dirija mis pensamientos y mis palabras al hablar. En esta participación continua se me presentan muchas oportunidades de hablar. Elevo mi pensamiento y pido: “Ayúdame a vigilar siempre mis pensamientos y mis palabras, que sean las verdades, lo correcto, de nuestro programa. Ayúdame a reconcentrarme en busca de tu guía, de manera que lo que diga sea verdaderamente amoroso, bondadoso, útil y sanador, pero lleno de humildad y despejado de cualquier matiz de superioridad”.
Tal vez hoy tenga que enfrentar palabras o actitudes desagradables características del alcohólico. Si esto ocurriera, haré una pausa para centrarme en Dios y entonces reaccionar desde un punto de vista de compostura, fortaleza y sensibilidad.
“Con pocas excepciones, nuestros miembros encuentran que han descubierto un insospechado recurso interior, que pronto identifican con su propio concepto de un Poder Superior a ellos mismos” (Alcohólicos Anónimos, Alcohólicos Anónimos).
Desde mis primeros días en A.A., mientras luchaba por la sobriedad, encontraba esperanza en esas palabras de nuestros cofundadores. Frecuentemente meditaba sobre la frase: “Nuestros miembros han descubierto un insospechado recurso interior”. Me preguntaba a mí mismo: ¿Cómo yo que soy tan importante puedo encontrar el Poder dentro de mí? Con el tiempo, como los cofundadores habían prometido, caí en la cuenta: siempre he tenido la opción de escoger entre lo bueno y lo malo, entre generosidad y egoísmo, entre serenidad y temor. Ese Poder Superior a mí mismo es una dádiva original que no llegué a reconocer hasta que no logré la sobriedad diaria a través de vivir los doce pasos de A.A.
Nos encontramos en los inicios de un nuevo año y vivimos la experiencia de ver rostros nuevos que llegan a nuestros grupos. Efectivamente, muchos factores se conjugan para esto. Los medios masivos de comunicación avalan y apoyan de buena voluntad el mensaje de vida que se difunde intensamente en televisión y diarios. Atrás quedaron los días en que se ponía en duda la eficacia del programa de Alcohólicos Anónimos que se practica en el Movimiento Internacional 24 Horas. Hoy existe una gran solidaridad, lo que da oportunidad a muchos enfermos por alcoholismo de salvar la vida.
Sin duda alguna, con tanto compañero nuevo crece nuestra responsabilidad. Trabajar con otros alcohólicos, en el apadrinaje, la tribuna, la coordinación, los intentos por hacer que se sientan en casa, brindarles el calor humano que se respira en cada una de nuestras juntas, insistir en la necesidad de respeto que nos debemos los unos a los otros como herramienta adicional para nuestra conservación individual y colectiva. No podemos ser juez, jurado y verdugo de nuestro hermano alcohólico, pero tampoco tan complacientes que nos convirtamos en cómplices de la muerte.
El compañero que aborda la tribuna estimula y aviva el deseo de amistad que se revive y manifiesta en cada uno de nosotros. No podemos olvidar que el programa de A.A. busca reducir el egocentrismo del enfermo alcohólico. La línea que divide la buena voluntad de la complicidad es a veces muy tenue; al igual que la que separa el verdadero amor de su antítesis, la dependencia emocional. Tenemos la bendición de no caminar bajo ninguna norma preestablecida. Ninguna sociedad como la nuestra respeta tanto la libertad de expresión; en este mundo a veces de contradicciones, nadie puede creerse absurdamente la voz pura de Alcohólicos Anónimos. Mundo de la sinrazón: proclives a disfrazar nuestras ideas egoístas, nuestra necesidad de revalidar con argumentos de buena voluntad nuestro autoengaño, nuestro narcisismo individualista y también, ¿por qué no?, nuestra verdad, nuestro deseo de desprendernos, nuestra necesidad de amar, nuestra impotencia, las luces y sombras de las que está hecha nuestra conciencia grupal.
Con el tiempo llegué a percatarme de que un error de selección o una decisión para querer pasarme de listo pudo haberme costado la vida. En A.A. una equivocación puede ser fatal. Pero frente a estos disturbios pasajeros está la experiencia real de que un Dios bondadoso (tal y como cada quien lo conciba) custodia nuestra militancia. A él hemos entregado nuestra vida y sólo él ha hecho posible el milagro de nuestro Movimiento.
El nuevo no necesita mayores explicaciones que las elementales: Escuchar sus juntas. Nadie pudo en mi caso personal aclararme las dudas que por millares me asaltaban, nadie que no fuera el sufrimiento pudo darme la confianza, al no quedarme de otra que la última oportunidad que se me ofrecía. Sólo en la desesperanza florece la esperanza. Esta es una oportunidad para apadrinar, para poner en juego toda nuestra buena voluntad pero también toda nuestra honradez, porque el deseo de aprobación por parte del ahijado o de admiración puede convertirnos en cómplices, y aquellos que pudieron haberse salvado tal vez se vayan para no regresar. Podemos obstruir el crecimiento y empañar la libertad de otro ser humano, manipulándolo, mimándolo en exceso, autoengañándolo, dándole debilidad en vez de fortaleza, lo contrario del amor.
Si crees que eres ateo, agnóstico, escéptico, o tienes cualquiera otra forma de orgullo intelectual que te impida aceptar lo que hay en el libro [Alcohólicos Anónimos], lo siento por ti. Si crees que todavía tienes fuerzas suficientes para ganar solo la partida, es cuestión tuya. Pero si verdaderamente quieres dejar de beber de una vez por todas, y sinceramente sientes que necesitas ayuda, sabemos que tenemos una solución para ti. Nunca falla, si te dedicas a ello con la mitad del ahínco que tenías por costumbre demostrar cuando estabas tratando de conseguir otra copa.
Es una maravillosa bendición estar liberado de la terrible maldición que pesaba sobre mí. Mi salud es buena y he recobrado el respeto de mí mismo y el de mis colegas. Mi vida hogareña es ideal y mis negocios todo lo bueno que pueda esperarse en esta época. Dedico mucho tiempo a transmitir lo que aprendí a otras personas que lo quieren y lo necesitan mucho. Los motivos que tengo para hacerlo son:
A diferencia de la mayoría de nosotros, no me sobrepuse totalmente al ansia de beber durante los primeros dos años y medio. Casi siempre la sentía; pero nunca estuve ni siquiera próximo a ceder a ella. Me inquietaba terriblemente ver a mis amigos beber, sabiendo que no podía, pero me discipliné a creer que, aunque una vez había tenido ese mismo privilegio, había abusado de él tan espantosamente que me había sido retirado. Así que no me corresponde protestar porque, después de todo, nadie tuvo nunca que tirarme al suelo para echarme el licor por la garganta.
Baltasar: Acompañad y protejed en su diario vivir a todos los servidores del Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos y de cada Grupo 24 Horas, y permitidnos ser conductos de vida para nuestros compañeros.
La pregunta que podría venirte a la mente sería: “¿Qué fue lo que dijo o hizo ese hombre que fue tan diferente de lo que otros habían dicho o hecho?” Debe recordarse que yo había leído mucho y hablado con todo aquel que sabía, o que creía que sabía, algo acerca del alcoholismo. Pero éste era un hombre que había pasado por años de beber espantosamente, que había tenido la mayoría de las experiencias de borracho conocidas por el hombre, pero que se había recuperado por los mismos medios que yo había tratado de emplear, o sea: el enfoque espiritual. Me dio información sobre el tema del alcoholismo que indudablemente fue de gran ayuda. Mucho más importante fue el hecho de que él era el primer ser humano con quien hablaba que sabía por experiencia personal de lo que estaba hablando cuando se refería al alcoholismo. En otras palabras, hablaba mi propio idioma. Sabía todas las respuestas y, ciertamente, no porque las hubiese sacado de sus lecturas.
Para muchos de nosotros, cuando nos acercamos a las puertas del Grupo 24 Horas de A.A. pidiendo ayuda, amanecer simplemente un día más, sólo eso, soportar sólo otro día de sufrimiento, parecía tarea imposible.
El día de hoy, gracias a la ayuda de todos mis compañeros, y al cuidado y protección del Poder Superior (tal como cada quien lo conciba) que se manifiesta en la conciencia de nuestros grupos, me siento con ilusión, fuerza, ánimo, disposición y buena voluntad para encarar un nuevo año, 24 horas a 24 horas, a vuestro lado.
Un año que se va, que queda atrás… Para nosotros, enfermos alcohólicos integrantes del Movimiento Internacional 24 Horas de A.A., sólo constata el milagro que Alcohólicos Anónimos ha operado en nuestras vidas: llegamos a las puertas del Grupo 24 Horas “a las gradas de la locura y de la muerte”, y hoy celebramos que han transcurrido otros 365 días de vida plena, razonablemente útil y feliz.
Acostumbrados a hacer realidad el “sólo por hoy”, esta festividad constituye simplemente una oportunidad para buscar la compañía de aquéllos con los que hemos convivido a lo largo del año, que nos han ayudado a encararlo con valentía y responsabilidad, para, junto con familiares y amigos, abrazarnos y decirnos lo mucho que nos necesitamos, la falta que nos hacemos los unos a los otros, y agradecerle al Dios de cada quien la bendición de habernos reencontrado en este mundo de fe, de amor y de paz, y que se nos haya permitido dejar de beber.
Atrás quedan 365 días vividos 24 horas a 24 horas en comunión con nuestros compañeros, 365 oportunidades de intentar cambiar de forma de ser, de pensar y de actuar, para acercarnos a aquellas promesas de cambio que nos hicieron a nuestra llegada a Alcohólicos Anónimos.
“Sólo por hoy” es la frase bajo la cual viven las personas que acuden a solicitar ayuda a Alcohólicos Anónimos, agrupación que recomienda a aquellos que se sientan en depresión debihttp://laprensademonclova.com/portal/2015/12/28/ofrece-solo-por-hoy-ayuda-a-alcoholicos/do a los festejos decembrinos, busquen ayuda en sus centros para que puedan manejar dicho problema viviendo, precisamente, un día a la vez.
Enrique Martínez es una de los encargados de la asociación que se encuentra ubicada en la Calle Cuauhtémoc en la Colonia El Pueblo y destacó que no solamente recibe a quienes padecen la enfermedad del alcoholismo, pues también apoyan a gente con otro tipo de adicciones y enfermedades o que se sienten solos por estar alejados de la familia.
“El problema de las adicciones como el alcoholismo es de todo el año, pero se acentúa en ciertas temporadas, durante el calor y en diciembre porque es un mes de fiestas continuas, aunque en realidad siempre se está consumiendo vino u otro tipo de bebidas”, indicó Martínez.
La soledad acentúa la depresión y en Alcohólicos Anónimos se puede encontrar un refugio, sin importa la hora en la que la persona requiera el apoyo pues el centro se encuentra abierto durante las 24 horas.
En la región centro son doce las agrupaciones que existen para apoyo de la ciudadanía y están compuestas por tres diferentes tipos de miembros, los primeros son los anexados, que están al cien por ciento en el lugar, los medio anexados y los militantes.
“Aquí hay mucha calma, una vez que aceptan ingresar se les ayuda para que levanten el ánimo, que agarren pila y puedan tener una vida plena; nadie de los que estamos aquí los vamos a juzgar, al contrario, compartimos testimonios y experiencias para ayudarlos a salir adelante”, finalizó Enrique Martínez.
El primer diciembre en Alcohólicos Anónimos, en el Grupo Hamburgo (antecedente grupal del primer Grupo 24 Horas), vivía ese estado que conocemos con el nombre de “nube rosa”, y esto me permitió pasar unos días con mis tíos, en cuya casa había vivido en mi juventud. Por momentos, todo el resentimiento generado en contra de estas buenas personas se había extinguido, toda mi intolerancia y mi actitud defensiva frente a ellos parecían encerradas en un paréntesis que me hacía respirar en esas fechas una aceptación y una paz nunca antes conocidas.
Habían pasado, no sin sobresaltos, los difíciles días en que, pretextando relaciones de trabajo y víctima de una trampa mortal, terminaba casi agonizante la dura y degradante borrachera del mes de diciembre. Este periodo de gran peligro se iniciaba en octubre, con mi cumpleaños y una borrachera generalmente iniciada días antes; seguía en noviembre con el cumpleaños de mi hermano y mayor dependencia; a continuación, la despedida del año en el trabajo y los distintos festejos que conformaban el túnel de embriaguez del que salía a duras penas a mediados de enero.
En este primer año dentro de A.A. sentí el fuerte apoyo de mis compañeros. As, mi cumpleaños pasó desapercibido, o sea: lo pasé en el grupo. Cuando llegó el cumpleaños de mi hermano, desarrollaba junto con otros compañeros de más tiempo un servicio en un grupo institucional abierto en un sanatorio antialcohólico. Precisamente ese día me habían regalado el servicio de la guardia y tenía que ir a coordinar una junta a las seis de la tarde, por lo que a las cinco, cuando los invitados comenzaban a dar muestras de ebriedad en su generalidad, me despedí para “ir a mi servicio”.
Mi llegada a Alcohólicos Anónimos había provocado algunos resentimientos en amigos y empleados, por lo que la persona que me llevaba, con el derecho y el valor que le daban el tiempo a mi servicio y verme adoptar una actitud engañosamente franciscana, que constituía el autoengaño de mi “nube rosa”, me reprendió y me echó en cara que me fuera de la comida y dejara solos a los invitados. Tuve que callarle, recordándole que era la fiesta de mi hermano, no la mía, y que a esas horas los años anteriores ya estaba borracho y agresivo con todos los invitados.
En cuanto a la despedida del año en el despacho y demás actos, debido a mi absoluta falta de valor para ser honesto y decirle a mi hermano que el hecho de ir ponía en peligro mi vida, me hice acompañar de dos o tres compañeros de A.A. y no permanecí en ellos más de lo estrictamente indispensable. El 23 de diciembre coordiné una junta maratoniana en el grupo institucional del sanatorio y el 24 lo pasé en el grupo.
Sin embargo, lo resaltable es que en ese fin de año desapareció definitivamente y para siempre la sensación de vacío y soledad que había sentido toda mi vida. Era cierto, pues, que había sido librado del alcohol, de una obsesión fatal por beber y de una frustración que me había durado toda la vida. Daba los primeros pasos en el mundo fascinante de A.A. Cercano estaba el día en que en estas fechas festivas miles de enfermos por alcoholismo como yo nos reuniríamos en cada uno de los Grupos 24 Horas de Alcohólicos Anónimos para dar gracias a Dios (tal y como cada quien lo conciba) por haber dejado de beber, por habernos reencontrado en un mundo de fe, de amor y de paz.
Antes de haber tocado fondo, tal vez en pleno autoengaño, surgían breves e intensos momentos de conciencia, la sensación de necesitar algo para poder vivir. En el mes de diciembre, precisamente, este sentimiento se manifestaba en mí como un profundo vacío interior y un intenso sentimiento de desolación, la convicción siempre negada de que mi vida era completamente inútil. En ocasiones esta idea no compaginaba con una realidad que parecía colmar las exigencias de acuerdo a la escala de valores del mundo material en que me desenvolvía: tenía un trabajo donde prácticamente no era exigido, gozaba del afecto de las personas con las que trabajaba, aunque esto nunca pude valorarlo; vivía aparentemente en el mundo de las relaciones públicas, y sin embargo me sentía totalmente desintegrado. En ocasiones llegaba a la conclusión de que mi vida era un auténtico fraude:
Para contrarrestar esta circunstancia lacerante siempre conté con la justificación de que todos los seres humanos que me rodeaban eran en mayor o menor grado tan farsantes como yo. ¿Qué era el mundo sino una gran farsa donde todos estábamos en contra de todos y cada quien vivía engañando a su prójimo? ¿Por qué, pues, preocuparme de que encubriera mi ignorancia académica y viviera como un impostor de méritos que jamás había obtenido? Todo lo suplía con audacia y mentira. Obviamente, la confrontación de esta verdad me provocaba estados de angustia y depresión. Tenía un solo objetivo en la vida: la satisfacción de mis instintos descoyuntados, de mis sentimientos de importancia, un ser mezquino y terriblemente egoísta (“egonarcisista” fue la palabra que más adelante vino a describir mi personalidad). Lo cierto es que en esas condiciones tan miserables desde el punto de vista espiritual vivía una gran frustración y desolación. Sin motivos para vivir, no encontraba ningún interés real en el mundo que me rodeaba.
Por eso tal vez, un cúmulo de emociones negativas se agolpaban principalmente cada fin de año. En efecto, las llamadas “fiestas navideñas”, incluyendo fin de año, me encontraban bajo los efectos de una profunda depresión. Personalmente, creo que en este estado se manifiesta la negación de la vida propia de los seres que como yo en aquel entonces no tenían a Dios.
Para beneficio de los inclinados a los experimentos, debo mencionar el llamado experimento de la cerveza. Poco tiempo después de suspenderse la prohibición de vender cerveza, me creí a salvo. La cerveza me parecía inocua; podía beber toda la que quisiera. Nadie se emborracha con cerveza. Con el consentimiento de mi esposa, llené de cerveza el sótano hasta los topes. Al poco tiempo estaba consumiendo cuando menos caja y media de botellas al día. Subí de peso 15 kilos en dos meses, parecía un cerdo y me sentía incómodo por falta de respiración. Entonces se me ocurrió que, cuando hueles a cerveza, nadie podía decir lo que había bebido, así que empecé a reforzar mi cerveza con puro alcohol. Desde luego, el resultado fue muy malo, y esto puso fin al experimento de la cerveza.
Más o menos en la época de este experimento fui a dar con un grupo de personas que me atraían por su aparente equilibrio, buena salud y felicidad. Hablaban sin ninguna turbación, cosa que yo nunca pude hacer, se les veía muy reposados en cualquier ocasión y parecían muy saludables. Por encima de estos atributos, parecían felices. Cohibido e intranquilo la mayor parte del tiempo, mi salud era precaria y me sentía completamente infeliz. Tuve la sensación de que poseían algo que yo no tenía y que podría aprovechar de buena gana. Supe que se trataba de algo de índole espiritual, lo cual no me atraía mucho pero pensé que no podría hacerme ningún daño. Le dediqué mucho tiempo y estudié el asunto durante dos años y medio, pero a pesar de eso me emborrachaba todas las noches. Leí todo lo que pude encontrar y hablé con todo el que creía que sabía algo acerca del tema.
Mi esposa se interesó mucho y fue su interés el que sostuvo el mío a pesar de que entonces no veía que pudiera ser una solución para mi problema con la bebida. Nunca sabré cómo mi esposa conservó su fe y su valor durante todos esos años, pero lo hizo. Si no hubiera sido así, sé que desde hace mucho estaría muerto. Quién sabe por qué, nosotros los alcohólicos parece que tenemos el don de escoger a las mujeres mejores del mundo. Por qué han de ser sometidas a las torturas que les infligimos es algo que no puedo explicarme.
Sirva la presente para comunicarles, que nuestro magno evento, el trigésimo sexto Congreso Internacional de Nuestro Movimiento , se llevara a cabo en la ciudad de Zacatecas, Zac. Sirviendo como sede el ” Palacio de Convenciones” de dicha ciudad, del 25 al 29 de mayo del año 2016.
Con el transcurso de unos cuantos años más se desarrollaron en mí dos fobias: una era el miedo a no dormir y, la otra, el miedo a quedarme sin bebida. Al no ser un hombre rico, sabía que, si no estaba lo suficientemente sobrio para ganar dinero, se me acabaría la bebida. Por eso no me bebía esa copa que tanto ansiaba por la mañana, pero en vez de esto tomaba grandes dosis de sedantes para aplacar los temblores que tanto me angustiaban. De vez en cuando me rendía a la copa de la mañana, pero, cuando lo hacía, a las pocas horas ya no estaba en condiciones de trabajar. Esto disminuía mis probabilidades de introducir a escondidas en la casa algo de bebida por la noche, lo que a la vez significaría una noche de vueltas en la cama en vano, seguida por una mañana de insoportables temblores. Durante los siguientes quince años tuve el suficiente sentido común para no ir nunca al hospital ni generalmente, recibir pacientes si había estado bebiendo. Por entonces adopté la costumbre de irme a veces a uno de los clubes a los que pertenecía, y a veces acostumbraba a alojarme en algún hotel inscribiéndome con un nombre ficticio; pero generalmente mis amigos me encontraban y me iba a casa, si me prometían no reñirme.
Si mi esposa decidía salir por la tarde, compraba una buena provisión de bebida, la metía a escondidas en casa y la escondía en la carbonera, entre la ropa sucia, sobre los batientes de las puertas o en los resquicios del sótano. También me servían los baúles y cofres, el recipiente de las latas viejas e incluso el de la ceniza. Nunca usé el depósito de agua del excusado porque me parecía demasiado fácil. Después descubrí que mi esposa lo inspeccionaba frecuentemente. Cuando los días de invierno eran suficientemente oscuros, metía pequeñas botellas de alcohol en un guante y las tiraba al porche de atrás. El contrabandista que me surtía escondía bebida en la escalera de atrás para que la tuviera a mano. Solía metérmela en los bolsillos, pero me los registraban y esto se volvió muy arriesgado. También solía meterme pequeñas botellas en los calcetines; esto dio muy buen resultado hasta que mi esposa y yo fuimos al cine y descubrió mi truco.
Durante todo este tiempo nuestros amigos nos condenaron más o menos al ostracismo. No podían invitamos porque era seguro que me emborracharía y mi esposa no se atrevía a invitar a nadie por la misma razón. Mi fobia por el insomnio imponía que me emborrachara cada noche, pero para poder conseguir bebida para la siguiente tenía que estar sobrio por la mañana y abstenerme de beber hasta las cuatro de la tarde por lo menos. Proseguí con esta rutina durante diecisiete años con pocas interrupciones. En realidad era una pesadilla horrible ese ganar dinero, conseguir bebida, meterla a escondidas a casa, emborracharme, temblar por las mañanas, tomar grandes dosis de sedantes para poder ganar más dinero y así ad nauseam. Les prometía que no volvería a beber a mi esposa, a mis hijos y a mis amigos, promesas que raramente me mantenían sobrio ni durante un día, a pesar de haber sido muy sincero al hacerlas.
Al cabo de esos dos años puse un consultorio en el centro de la ciudad. Tenía algún dinero, disponía de mucho tiempo y padecía bastante del estómago.Pronto descubrí que un par de copas me aliviaban mis dolores gástricos por lo menos por unas horas y por lo tanto no me fue difícil volver a mis antiguos excesos.
Para entonces empezaba a pagarlo muy caro físicamente y, con la esperanza de encontrar alivio, me encerré voluntariamente en uno de los sanatorios locales al menos una docena de veces.Ahora estaba “entre Escila y Caribdis” porque si no bebía me torturaba mi estómago y, si bebía, eran mis nervios los que me torturaban. Después de tres años así acabé en un hospital donde trataron de ayudarme; pero yo hacía que algún amigo me llevara bebida a escondidas, o robaba el alcohol en el edificio; de manera que empeoré rápidamente.
Por fin, mi padre tuvo que mandar del pueblo a un médico que se las arregló para llevarme a casa, y estuve dos meses en cama antes de poder salir a la calle. Permanecí allí unos dos meses más y regresé a reanudar la práctica de mi profesión. Creo que debí de haber estado verdaderamente asustado de lo que había pasado, o del médico, o probablemente de las dos cosas, y por lo tanto no bebí una copa hasta que se decretó la ley seca.
Con la promulgación de la ley seca me sentí bastante seguro. Sabía que todos comprarían botellas o cajas de bebida, según sus posibilidades, y que pronto se acabaría. Por lo tanto no importaba mucho que bebiera algo. Entonces no me daba cuenta del abastecimiento casi ilimitado que el gobierno nos permitía a los médicos, ni tenía ninguna idea del contrabandista de licor que pronto apareció en escena. Al principio bebía con moderación, pero tardé relativamente poco tiempo en volver a esos hábitos que tan desastrosos resultados me habían dado antes.
Mi paso siguiente consistió en emprender el estudio de la medicina, ingresando en una de las universidades más grandes del país. Allí me dediqué a la bebida con mucho mayor empeño del que hasta entonces había demostrado.Debido a mi enorme capacidad para beber cerveza, fui elegido miembro de una de las sociedades de bebedores y pronto llegué a ser uno de los principales. Muchas mañanas me encaminaba a las clases y, aunque iba completamente bien preparado, me regresaba porque, debido a los temblores, no me atrevía a entrar al aula por miedo a hacer una escena si se me pedía que diese la lección.
Esto fue de mal en peor hasta la primavera de mi segundo año de estudios en que, después de un largo tiempo de estar bebiendo, decidí que no podía terminar el curso; hice mi maleta y me fui a pasar un mes a una gran hacienda de un amigo. Cuando se me despejó la mente, decidí que sería una gran tontería dejar la escuela y que era mejor regresar y continuar mis estudios. Al llegar a la escuela descubrí que el profesorado tenía otras ideas sobre el particular, Después de muchas discusiones me permitieron regresar y presentar mis exámenes, todos los cuales pasé honrosamente. Pero estaban muy disgustados y me dijeron que tratarían de arreglárselas sin mí. Tras muchas discusiones penosas, me dieron al fin mis créditos y me marché a otra de las principales universidades del país, entrando ese otoño como estudiante de penúltimo año.
Allí empeoró tanto mi manera de beber que los muchachos de la casa de la fraternidad donde vivía se vieron obligados a llamar a mi padre, el cual hizo un largo viaje con el inútil propósito de corregirme. Poco efecto surtió esto, pues seguí bebiendo, y más bebida que en años anteriores.
Al llegar a los exámenes finales, agarré una borrachera bastante grande. Cuando traté de escribir mis pruebas, me temblaban tanto las manos que no podía sostener el lápiz. Entregué tres libretas, por lo menos, completamente en blanco. Por supuesto, se me llamó a cuentas en seguida y el resultado fue que tuve que repetir dos trimestres y abstenerme completamente de beber para poder graduarme. Lo hice y tuve la aprobación del profesorado, tanto en conducta como en estudios.
Me porté tan honorablemente que pude conseguir un codiciado internado, en el que estuve dos años. Me tuvieron tan ocupado que casi no salía del hospital para nada. Por lo tanto, no podía meterme en dificultades.